La batalla de Diu tuvo lugar el 3 de febrero de 1509 frente a las costas de la ciudad de Diu, en la India. En ella, la flota portuguesa se enfrentó a una armada formada por turcos (otomanos) y egipcios (mamelucos). No solo en estaba en juego el dominio del comercio con la India y Oriente, sino que también serviría para decantar la balanza en la guerra entre cristianos y musulmanes. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos la historia de la batalla de Diu.
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Datos de la batalla de Diu
- Fecha: 3 de febrero de 1509.
- Lugar: Diu, India.
- Combatientes: Flota portuguesa contra la flota turco-egipcia (otomanos y mamelucos).
- Unidades: 18 galeras portuguesas y 92 navíos musulmanes.
- Objetivo: El comercio con el Lejano Oriente e India y la grandeza o decadencia de la Cristiandad o del mundo islámico.
- Resultado: Victoria de los portugueses.
- Personajes protagonistas: El virrey portugués Francisco de Almeida y el emir y almirante Amir Husain Al-Kurdi.
- Bajas: 332 bajas portuguesas y más de 6.000 bajas entre los perdedores.
- Consecuencias: Los turco-egipcios perdieron por siempre la posibilidad de comerciar con la India. Esta batalla supuso un punto de inflexión en la guerra entre cristianos y los islámicos.
Introducción
Según escritos del cronista árabe Ba Fakhi al-Shihri, cuando Kansuh al-Ghawri llegó al poder como sultán de Egipto, envió una poderosa flota al mando de Amir Husain Al-Kurdi para luchar contra los francos (los portugueses). Al llegar a la India, el comandante Kurdi se detuvo en Diu.
La expedición fracasó en el año 13 del calendario árabe (1507-1508). Tras un encuentro con los francos, fue derrotada y regresó a la costa arábiga. Esta fue la primera aparición de los francos en el Océano Índico, del que acabaron apoderándose.
Así pues, al-Shihri pasó muy por encima de lo que resultó ser no sólo la peor derrota sufrida por las fuerzas del Islam, sino un punto de inflexión en el conflicto entre la Cruz y la Media Luna, un conflicto que duró siglos.
Shanbai, otro cronista árabe de la época, añade algunos detalles: En este año (1508-1509), el franco tomó Dabul, saqueándola e incendiándola. También en este año, el franco llevó a cabo una expedición contra Gujerat y atacó Diu. El emir Husain, quien en ese momento se encontraba en Diu participando en la Guerra Santa, le salió al encuentro y libraron una batalla en el mar, más allá del puerto.
Muchos del lado franco fueron muertos, pero finalmente vencieron a los musulmanes y hubo una gran matanza entre los soldados del emir Husain, alrededor de 6000 hombres. Los sobrevivientes huyeron a Diu. Pero el franco no estaba dispuesto a partir a menos que ellos le dieran mucho dinero.»
Los «francos» eran en realidad portugueses. En la Batalla de Diu, donde «muchos del lado franco fueron muertos», hubo 332 muertos portugueses. En cambio, el número de víctimas musulmanas superó las 1.500. Pero la pérdida para el Islam era demasiado grande como para ser medida en meras bajas. Para comprender cabalmente lo que ocurrió es preciso remontarse varios siglos atrás.
Antecedentes y contexto
Mil quinientos años después del nacimiento de Cristo, la Cristiandad estaba casi prácticamente limitada a Europa. Pero en la mitad de ese tiempo, el Islam se había expandido desde Arabia a toda la costa oriental del Mediterráneo, luego al este a través de la Mesopotamia, Persia, Afganistán y la India septentrional, hasta Indonesia y las Filipinas.
Al oeste se había desplazado desde Egipto hasta España, pasando por el norte de África. Los musulmanes cruzaron el Sahara y convirtieron a los imperios negros del África occidental. La religión del profeta Mahoma se había difundido en el sur a lo largo de la costa oriental de África, donde los árabes habían establecido sus colonias mucho antes de la aparición de Mahoma. Los almuecines musulmanes convocaban a los fieles a orar en el Asia central, donde antaño las tribus turcas y mongoles habían practicado el chamanismo.
Las Cruzadas, harto problemáticas en aquellos tiempos, habían beneficiado en definitiva a la comunidad islámica. Los cristianos, por su parte, le habían tomado el gusto a los bienes del Oriente y anhelaban la seda de China, las perlas de Persia, las especias de Indonesia y el oro de India.
Y todas las rutas comerciales estaban en manos de los musulmanes. Ocasionalmente, europeos como Marco Polo podían viajar por tierra a China, pero tales aventuras eran raras. Las caravanas que se extenuaban a lo largo de la antigua Ruta de la Seda sólo estaban compuestas por musulmanes turcos.
Las rutas marítimas del este eran también un monopolio musulmán, las más importantes desde el punto de vista del comercio. Los dhows árabes (embarcaciones de vela) cruzaban el Océano Indico desde Arabia y África. El viaje de ida y vuelta era lento porque los dhows dependían de los vientos, pero el volumen del comercio era inmenso y muy valioso.
Las mercancías de China, India y Persia terminaban en Egipto, donde se las embarcaba para Europa en los navíos venecianos. La ruta del Océano Indico resultaba segura, pues se hallaba libre de europeos. Para llegar a ese océano, los cristianos se verían obligados a cruzar tierras musulmanas, o bien tendrían que circunvalar todo el continente africano, lo cual era inconcebible.
Los líderes del Islam se enriquecieron gracias al comercio, especialmente los gobernantes mamelucos de Egipto. La riqueza egipcia despertó la envidia de los otomanos, una reciente migración de turcos nómadas que habían fundado un imperio con base en Anatolia.
El imperio otomano se fue expandiendo en todas direcciones. En el este peleó con los persas, y en el oeste saqueó Constantinopla, el bastión de la Cristiandad, e invadió los Balcanes. Al norte, atravesó el Cáucaso y penetró en Rusia. En el sur, se hizo con Siria y Mesopotamia. Los otomanos parecían ser invencibles. El núcleo del ejército imperial estaba constituido por los arqueros de la caballería ligera, quienes habían demostrado su destreza en las Cruzadas.
Al igual que en Oriente Medio y en las tierras del Asia Central, la caballería ligera se hallaba en manos de los nobles. La infantería, por el contrario, se componía de siervos o esclavos. Los sultanes otomanos habían creado asimismo una nueva clase de infantería.
En este caso los esclavos eran los jenízaros, arrebatados a sus padres cristianos desde la infancia, criados como musulmanes y entrenados en las artes militares hasta que crecían lo suficiente para ser soldados. Casi todos eran arqueros y sólo a unos pocos se les permitía usar armas de fuego.
A diferencia de la mayoría de los musulmanes, los otomanos percibieron la utilidad de la pólvora. Los mosquetes con mecha de los jenízaros no tenían ni el alcance ni la precisión del arco y la flecha turcos, pero éstos descubrieron que en algunos casos les resultaba más práctico abrir fuego desde los barcos o las fortalezas.
Los turcos contaban también con armas poderosas tales como enormes cañones capaces de derribar una muralla de piedra con un solo proyectil. Además, se percataron del valor de los cañones tanto en la guerra naval cuanto en los sitios y, en consecuencia, los montaron en la proa de las galeras como complemento de los espolones. A comienzos del siglo XVI tuvieron la oportunidad de comprobar el valor de las armas de fuego instaladas en los navíos.
La tierra de la guerra
Los otomanos llamaban a Europa «la tierra de la guerra», es decir, el lugar adonde sólo irían a pelear. El nombre resultaba apropiado en más de un sentido. Durante los cinco siglos previos a la Primera Cruzada, los invasores habían ocupado Europa. Godos, hunos, ávaros, búlgaros, magiares, vikingos y moros habían atacado los reinos cristianos desde todos los flancos y habían puesto fin a la civilización romana.
La vida urbana prácticamente se extinguió y Europa pasó a ser una región semibárbara. En 1096 se puso en marcha la Primera Cruzada. Ochenta y dos años antes, Brian Boru aniquiló a la última gran expedición vikinga en las afueras de Dublín. Y el emperador bizantino Basilio, apodado «el bulgaricida o asesino de los búlgaros», aplastó el último ataque a la civilización por parte de los nómadas del Asia central. Los musulmanes todavía dominaban la mayor parte de España y Portugal.
En términos generales, cabe decir que las únicas artes que prosperaron en Europa durante ese período fueron las artes de la guerra. Los europeos las practicaron asiduamente luchando unos contra otros hasta que el papa Urbano II los incitó a emplearlas contra los musulmanes. Sin embargo, las técnicas bélicas desarrolladas en Europa no servían de mucho en los desiertos del Cercano Oriente.
Pese a haber fracasado desde el punto de vista militar, las Cruzadas no fueron tan desastrosas para Europa, pues pusieron en contacto a los occidentales semibárbaros tanto con el Imperio Romano de Oriente como con la civilización islámica. El saber se incrementó de un modo colosal.
Se fundaron universidades, y los ya casi olvidados filósofos de la antigüedad volvieron a estudiarse, así como los antiguos matemáticos e ingenieros. El talento mecánico que había producido la ballesta (que tanto asombró a Ana Comneno) se aplicaba ahora a las artes de la paz.
Los molineros comenzaron a moler el grano con molinos propulsados por el agua o molinos de viento. Los mineros cavaron la tierra en busca de carbón, hierro, cobre y metales preciosos. Los canteros construyeron las altísimas catedrales góticas. Los fundidores de metal aprendieron a moldear las enormes campanas de bronce para esas mismas catedrales.
La sociedad también empezó a cambiar. El soldado de caballería con su armadura había dejado de ser el paradigma del guerrero. Los escoceses armados con picas habían vencido a los caballeros ingleses; la infantería flamenca, a los caballeros franceses, y los alabarderos suizos, a los caballeros de Borgoña. En la batalla de Crecy, Poitiers y la batalla de Azincourt los ingleses habían acribillado a millares de soldados pertenecientes a la caballería francesa. A medida que el poder de la nobleza declinaba, crecía el poder de los mercaderes y artesanos.
El comercio se incrementó por tierra y por mar, y aumentó la producción de alimentos. Los granjeros adoptaron mejores arados y los pescadores penetraron en aguas extranjeras. Los marineros del Mediterráneo conocieron a los marineros del Atlántico y cada grupo aprendió del otro. El diseño de los barcos y de los aparejos marítimos avanzó mucho más en los siglos XIV y XV que en los dos milenios anteriores.
Las dos principales potencias del Atlántico, Inglaterra y Francia, se enfrentaron en la Guerra de los Cien Años. Francia ganó la contienda pero fue devastada y le llevó largo tiempo recuperarse. Apenas hubo terminado la Guerra de los Cien Años, Inglaterra emprendió las Guerra de las Dos Rosas. Ello permitió a las potencias atlánticas de segundo orden tomar la delantera en lo referente a la exploración oceánica. Los españoles y los portugueses descubrieron las islas Azores y las Canarias.
La finalidad de estos viajes no era, ciertamente, la búsqueda de conocimientos per se. Los turcos otomanos aún estaban avanzando por Europa. Según una leyenda, en alguna parte de Asia central o de África se hallaba el Preste Juan, un rey sacerdote, que podía ser inducido a atacar a los musulmanes por la retaguardia.
Preste Juan no era un simple mito. Los monjes coptos cristianos de Abisinia (la actual Etiopía) habían visitado Portugal. Y el papa había enviado embajadores para ver al Gran Khan, algunos de cuyos súbditos eran cristianos. Tal vez los navíos podrían encontrar una ruta marina que los condujera a la tierra de Preste Juan. Para los cristianos ibéricos, siempre en lucha con los musulmanes, las Cruzadas no eran guerras lejanas. «Aquí siempre estamos en una cruzada», le dijo un rey español a un visitante inglés.
Los venecianos, los genoveses y los turcos controlaban el Mediterráneo, pero no habían podido extender sus dominios en el Atlántico. El principal navío de guerra utilizado en el Mediterráneo era la galera. Las galeras tenían velas, pero en combate solamente utilizaban los remos. Embarcaciones de mucha eslora, estrechas, de poco calado y rápidas, eran fáciles de maniobrar en mares tranquilos, pero se volvían ingobernables y peligrosas en aguas turbulentas.
Como estaban propulsadas por remeros, su tripulación era harto numerosa. Ninguna galera podía llevar alimento suficiente para un largo viaje. Miles de años antes los marineros fenicios, que trabajaban para Egipto, habían navegado alrededor de África. Pero les llevó tres años circunvalar ese continente, pues debían desembarcar cada otoño para plantar trigo y esperar hasta que el grano estuviese listo para la cosecha. Sólo entonces volvían a izar las velas.
Los marinos del litoral atlántico de Europa diseñaron naves que les permitían hacer largos viajes en alta mar. Eran más anchas y de más calado que las galeras, estaban impulsadas solamente por velas y podían navegar con viento en contra. Su tripulación era poco numerosa, de modo que no tenían ninguna defensa en caso de ser abordados por una galera.
Para protegerse, recurrieron a las armas de fuego. En lugar de colocar tres o cuatro piezas de artillería en la proa, tal como se haría en las galeras, las situaron en filas a ambos lados de la embarcación. Tenían dos y a veces tres puentes con cañones cuyas bocas se asomaban por las troneras, que podían cerrarse en alta mar.
Los turcos otomanos contaban con armas de fuego, pero su artillería era tecnológicamente muy inferior a la de los europeos. Tras siglos de fundir el bronce y vaciarlo en moldes para construir las campanas de las iglesias, los europeos se habían convertido en los mejores artesanos del mundo en cuestión de grandes piezas fundidas.
Más tarde, quienes fundían y moldeaban el bronce descubrieron que no era tan difícil utilizar sus habilidades para la fabricación de armas de hierro colado. La guerra europea de choque, librada en medio de innumerables soldados protegidos por armaduras, promovió también el desarrollo de las armas de artillería de mano, capaces de penetrar las más pesadas armaduras.
Camino a la India
Para los portugueses, el viaje alrededor de África no fue sino otra etapa de su interminable cruzada. En 1415, capturaron el puerto moro de Ceuta, el punto al que llegaban las caravanas que cruzaban el Sahara y que traían el oro y el marfil procedente del África central.
Los portugueses no tardaron en advertir que en el camino a la India había cuantiosas riquezas de las cuales podían apoderarse. Sus reconocimientos fueron metódicos. Exploraron una legua por año instalando factorías y pactando con los gobernantes nativos mientras se dirigían al sur. Cuanto más se desplazaban al sur, más se alejaban de la civilización, que desapareció por completo cuando llegaron al extremo meridional de África, habitado por los bosquimanos.
«Los nativos de este país son muy oscuros», escribió un marinero conocido como «el Viejo Álvaro», quien acompañaba a Bartolomé Díaz en la primera expedición portuguesa cuyo propósito era dar la vuelta al Cabo y continuar rumbo a la India. «Sólo comen carne de foca, de ballena y de gacela y raíces de hierbas. Están vestidos con pieles y usan una especie de fundas sobre sus partes privadas.»
Pero la costa oriental de África era por completo diferente de la costa occidental. Aquí los portugueses no vieron tribus paupérrimas que vivían en chozas construidas con hojas y ramas, sino que se encontraron con ciudades portuarias con malecones de piedra y edificios de varios pisos.
En las ciudades había gente de muchas razas: negros, indios, persas y árabes. Casi todos los habitantes de los puertos eran mestizos y musulmanes, salvo unos pocos hindúes. Como jamás habían visto a un cristiano, creyeron al principio que los blancos portugueses eran árabes o turcos.
Días tuvo algunas escaramuzas con los emires de Mozambique y Mombasa, aunque se alió con el emir de Malindi. Luego cruzó el Océano Indico y desembarcó en Calcuta. Los mercaderes musulmanes de esa ciudad incitaron a su gobernante a atacar a los portugueses, y Días fue lo bastante afortunado como para escapar de allí y regresar a Portugal.
Pedro Alvares de Cabral condujo la segunda expedición portuguesa a Calcuta. De camino a las Indias portuguesas, Cabral descubrió accidentalmente Brasil. En Calcuta, los portugueses tuvieron dificultades con su gobernante, y tras ayudar a su adversario, el rajá de Cochín, regresaron a Portugal.
El rey Manuel envió entonces a Vasco da Gama (el primero en descubrir la ruta a la India por el Cabo de Buena Esperanza) a luchar contra Calcuta. Cuando llegó Da Gama, las tropas de esa ciudad sitiaban a Cochín. El poderío bélico de la flota portuguesa aniquiló a los sitiadores. Los lusitanos afianzaron esa victoria apoderándose de los puntos clave de las costas del Océano Indico y destruyendo todas las naves musulmanas que pudieron encontrar.
Preludio de la batalla
En 1505, el rey y el Consejo de Portugal decidieron consolidar todas sus empresas en «las Indias». Manuel nombró virrey a Francisco de Almeida y le confirió el mando de la flota más poderosa que jamás hubo zarpado de Portugal.
Entretanto, los gobernantes musulmanes del este de África, del sur de Arabia y de la India se habían quejado al sultán de Egipto por los ataques sufridos a manos de «los francos». También los venecianos instaron a su aliado egipcio a tomar cartas en el asunto. Pero el sultán no necesitaba ser persuadido, pues Egipto ya veía el peligro.
Por consiguiente, el sultán egipcio envió un mensaje a su rival, el sultán otomano, y las dos potencias musulmanas aceptaron actuar unidas. Concentraron una enorme flota en Jeddah, situada en la costa occidental de Arabia, y navegaron por el Mar Rojo. El almirante, Husain Kurda, se dirigió al puerto musulmán de Diu.
La flota comandada por Almeida había llegado a Cochín. Al enterarse de que los barcos musulmanes se hallaban concentrados en Diu, envió a su hijo Lorenzo a explorar el área con unas pocas embarcaciones auxiliares. La flota turco-egipcia capturó y mató a Lorenzo. Los turcos desollaron su cuerpo, lo rellenaron con paja y se lo mandaron al sultán en Constantinopla. Antes de que Almeida pudiera concentrar sus fuerzas, los musulmanes habían regresado a Arabia.
Dos años más tarde, Husain retornó a Diu con un número mayor de navíos. Casi todos eran galeras con tres cañones a proa, colocados por encima del gran espolón de bronce que se utilizaba para embestir y desfondar el barco del enemigo.
Husain contaba con 200 naves, miles de remeros y 1.500 soldados para abordar la flota portuguesa. Además de espadas y lanzas, los soldados llevaban arcos y flechas y mosquetes con mecha portátil. Tenían rezones (anclas pequeñas) para detener a los navíos rivales y vasijas incendiarias para arrojar en sus cubiertas. Husain estaba decidido a acabar con los «francos» de una vez por todas.
Cuando regresaron los musulmanes, Almeida ya estaba en condiciones de hacerles frente. Sediento de venganza, condujo sus dieciocho naves hasta Diu. Aunque inferiores en número, éstas eran más grandes y estaban provistas de más y mejores armas que las galeras de Husain.
La batalla
Tan pronto como las embarcaciones de exploración avistaron velas portuguesas, los musulmanes abandonaron el puerto y remaron rumbo a la flota comandada por Almeida. El océano era más turbulento que el Mar Rojo o el Mediterráneo, de modo que las galeras no pudieron avanzar a la velocidad prevista y tampoco lograron mantenerse en línea.
En lugar de arremeter de frente, como es habitual en los combates entre galeras, los portugueses se pusieron de flanco. Después abrieron fuego. Las atronadoras salvas sofocaron el sonido de la comparativamente escasa artillería musulmana. Sólo unos pocos barcos pudieron acercarse lo suficiente para abordar o embestir con violencia las naves portuguesas.
Las balas de los cañones atravesaban los bancos de los remeros, dejando tras de sí grandes charcos de sangre y cuerpos despedazados. Tal como lo expresó un escritor indio, «el coraje no pudo vencer a la artillería y las frágiles naves se hundieron una tras otra». Hacia el anochecer, habían hundido al barco insignia musulmán, junto con la mayoría de las galeras. Los supervivientes egipcios y turcos se apresuraron a embarrancar las naves y huyeron a la ciudad.
Consecuencias y repercusiones
Los mamelucos egipcios, debilitados por la pérdida del comercio oriental, fueron los primeros en sufrir las consecuencias de la derrota. Los otomanos los conquistaron ocho años después de la Batalla de Diu. Durante el siglo siguiente, los turcos intentaron en tres ocasiones arrebatarles a los portugueses el dominio del Océano Indico. Pero todos sus intentos terminaron de la misma manera.
Finalmente, Portugal perdió el control de dicho océano, que pasó a manos de Holanda, luego de Inglaterra y, por último, de Francia. Por su parte, los musulmanes perdieron para siempre la posibilidad de volver a comerciar con las Indias, fuente de toda riqueza.
Un marino posiblemente genovés, Cristóbal Colón, inspirado por la hazaña de Vasco da Gama, había empezado a buscar fondos para hacer realidad su plan de llegar a Oriente navegando hacia Occidente. Los portugueses opinaron que su plan se basaba en un error matemático (lo cual era cierto). Pero España aceptó la idea. Colón se hizo a la mar en 1492, cuando los españoles acababan de expulsar de su territorio a los últimos musulmanes.
A comienzos del siglo XV, el Islam parecía dispuesto a dominar el mundo. Sin embargo, esa perspectiva se hundió en las profundidades del Océano Indico, no lejos del puerto de Diu.
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