En la actualidad nos parece algo inconcebible salir a la calle sin llevar ropa interior. Pero, ¿sabías que en la Antigüedad esto no era así? De hecho, no fue hasta el siglo XIX cuándo el uso de prendas interiores se convirtió en algo casi obligatorio. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos el origen e historia de la ropa interior.
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Origen de la ropa interior masculina
El precedente más antiguo de la ropa interior de hombre es el calzoncillo. Esta prenda se nombra ya en la Biblia, donde se lee, a modo de recomendación que Dios dio a Moisés para cumplimiento de los sumos sacerdotes: “Harás también calzoncillos de lino para que cubran la desnudez de sus carnes desde los lomos a las rodillas, de los que usarán Aarón y sus hijos al entrar en el Tabernáculo o al acercarse al altar”.
También en la Biblia, en el libro del Levítico se lee: “Pondrá los calzoncillos de lino con que cubrirá sus vergüenzas”. Pero salvo estos episodios, el concepto de ropa interior no existía en la Antigüedad: nadie llevaba prenda alguna bajo las amplias togas y capas. Sólo en algunos casos era de interés vestir algo debajo del atuendo habitual.
Como mucho, se vestía algún tipo de calzón de tela muy amplio. Pero no se daba importancia a la ropa que no se veía, llamada en el siglo XVIII “ropa invisible”. En el sentido moderno empezaron utilizarse los calzoncillos hacia el Renacimiento (siglos XV y XVI).
Origen de la ropa interior femenina
Egipto, Grecia y luego Roma se dieron cuenta de que la ropa interior podía determinar la apariencia de la mujer, marcar la cintura o realzar el pecho, pieza anatómica que en la Antigüedad era símbolo de feminidad, maternidad y placer. Para levantar los pechos, en la Antigüedad la mujer aceptó muchos sacrificios. Con ese fin la mujer cretense inventó un sujetador hace casi cuatro mil años; también en Grecia.
En Roma se conocía el strophium, o banda enrollada alrededor del pecho, para dar a la figura femenina la armonía y forma que era del gusto de la época. Durante la Edad Media el brial y la camisola aprisionaban el pecho en un momento en el que sólo se permitía señalar el busto a las doncellas como signo de virginidad.
En cuanto a la historia de las bragas, llama la atención que la gente prefiere referirse a esta prenda con el nombre de braguitas. Pues aunque algunos diccionarios presentan el término en forma singular debe hablarse de bragas, ya que es plural en latín: bracae.
Con este diminutivo, se pretende quitar hierro, restar fiereza a un término que por cubrir la zona que cubre se presiente conflictivo. Razón por la que la gente enemiga de llamar a las cosas por su nombre introdujo ya en el siglo XX la forma diminutiva. Pero no tuvieron uso en la cama en el sentido moderno del término, ni siquiera se concibió la prenda como parte del atuendo interior. En el sentido moderno empezó a utilizarse braga y calzoncillo hacia el Renacimiento.
Las lavanderas de los Siglos de Oro en España (siglos XVI y XVII), Francia e Inglaterra se reían en los lavaderos y exhibían la ropa de sus señoras que habían estado en contacto con los traseros de las damas.
Los hábitos higiénicos en un momento de la historia en que no había taza de váter ni se tenía noticia del papel higiénico eran muy deficientes. Es cierto que existía una especie de “salvaslips” o salva bragas, pero consistían en un puñado de algodón que se proponía salvar la ropa de ciertos accidentes.
Esto hizo que en siglos sucesivos se pensara en la braga de lienzo que a modo de tanga recorría esa parte de la anatomía y se ajustaba por debajo del ombligo. Por entonces seguía en vigor una prenda interior que los holandeses introdujeron en el siglo XVII llamada matinée.
Pintores como Caspar Netscher, Aert van der Neer, Jan Havickszoon Steen, Gerard Terborch reproducen en sus cuadros esta especie de seminegligée generalmente de terciopelo o de seda con adornos de ricas pieles, como cuenta Max von Boehn en su estupenda Historia de la moda.
Evolución de la ropa interior
Hacia el año 1830 se experimentó un marcado giro hacia el uso de la ropa interior. Fue entonces cuando pasó a ser considerada parte del atuendo de ambos sexos. Empezó entonces a considerarse sucia a la persona que no la llevaba. Y no sólo sucia, sino también grosera e inmoral.
El porqué de este giro se debió a un cúmulo de factores, entre ellos la creciente tendencia hacia una moralidad pública que durante la época victoriana iba a llegar a su cenit. El pudor victoriano sería elemento clave.
Influyó también poderosamente la aparición de nuevos tejidos y telas más finas y ligeras, ideales para entrar en contacto con ciertas zonas del cuerpo. También tuvo repercusión en el uso de prendas interiores la aparición de un concepto médico nuevo: el de los gérmenes, a los que se atribuía enfermedades relacionadas con los genitales.
Los médicos advertían acerca de los peligros del enfriamiento en tales zonas, y se generalizó el temor a tales exposiciones. Por entonces Luis Pasteur ya había demostrado sus teorías, y el inglés Joseph Lister llevaba adelante sus campañas.
Todo aconsejaba cubrirse doblemente lo que ya estaba cubierto, y el auge de la ropa interior conoció un momento de esplendor. Se recomendaba el color blanco, y el almidonado de tales prendas que debían confeccionarse con batista, franela o calicó.
Desde 1860 la ropa interior de mujer empezó a ser ropa diseñada, y en 1880 la seda se convirtió en tejido preferido para tales usos. Los climas fríos pusieron de moda la ropa interior de lana, áspera y un tanto incómoda, pero la más caliente de todas. La lana venía recomendada por lumbreras médicas como el doctor Gustav Jaeger, acaso porque el tal sabio doctor había abierto él mismo una fábrica de mantas y prendas de lana en Stuttgart.
Decía esta eminencia que la lana, al ser porosa, dejaba transpirar la piel y así respiraba todo el cuerpo. Fueron apóstoles de las prendas interiores de lana nada menos que Oscar Wilde y George Bernard Shaw. Enaguas, camisones y hasta bragas y calzoncillos de lana, fueron prendas que protagonizaron la ropa interior de entre siglos.
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Fuentes y bibliografía
– AGNES, A. (1967). The Story of Clothes (en inglés). Londres. Faber & Faber.
– COSGRAVE, B. (2005). Historia de la moda: Desde Egipto hasta nuestros días. Barcelona. Editorial GG.
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– RACINET, A. (2016). Historia ilustrada del vestido. Madrid. Editorial LIBSA.
– REIFF, A. (2008). Historia del vestido. Barcelona. Editorial Blume.
– WIERZBA, I. (2020). La vergonzosa historia de la ropa interior. Barcelona. Thule Ediciones.
– AUTOR: CURIOSFERA-HISTORIA.COM
– FECHA DE PUBLICACIÓN: FEBRERO DE 2020