La fetidez de la boca, fue en la Antigüedad uno de los muchos olores ingratos que soportó el hombre. La gente no empezó a oler bien hasta finales del siglo XIX. Lo mismo sucedió con los cuidados de la boca, aunque el cepillo dental y la pasta de dientes es cosa antigua. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos el origen e historia del colutorio y quién fue su inventor.
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Origen del colutorio
El mal aliento o halitosis fue una preocupación muy antigua. En el capítulo 37 del libro del Génesis se menciona la resina de lentisco como enjuagatorio para hacer gárgaras y mitigar el mal aliento. Se trataba de un primitivo colutorio, término del latín colluere= lavar. Era un compuesto en el que actuaba de excipiente la miel blanca o rosada.
El mundo antiguo conocía remedios contra la halitosis o fetor ex ore= fetidez de la boca. En la Grecia clásica lo corriente era masticar hojas de salvia o entretener en la boca semillas de perejil. Y fue costumbre de los antiguos romanos lavar la boca con tisanas de hierbas aromáticas para inhibir el olor a podredumbre.
No se sabía todavía que el origen de esa fetidez era el desarrollo microbiano en la boca, y se buscó un antiséptico bucal que remediara la ocena: del griego ozaina= hedor o fetor oris= aliento fétido de la boca, como se dijo en latín.
El mal aliento ha sido siempre sentido como problema. En muchas culturas antiguas se evitaba la compañía de quien lo padecía, y no tanto por la fetidez del aire que expiraba, cuanto por la creencia de que estaba podrido por dentro. Entre los judíos, conocedores de que el problema surgía siempre después de largos ayunos como el de Yom Kippur, se exigía el enjuague de la boca con sustancias olorosas disueltas en agua.
Hasta mediados del siglo XIX, las fórmulas magistrales para paliar el hedor del aliento eran variadas. Además de los mencionados, antes existía la posibilidad de hacer gárgaras: mantener un líquido en la garganta con la boca hacia arriba sin tragarlo y arrojando el aliento, produciendo un ruido parecido al del agua en ebullición.
Combatir el mal olor de boca había sido objetivo de una serie de productos de todo tipo: chicles, pastillas de menta, preparados de todo tipo para gargarismos, y más tarde los sprays. Para la halitosis o mal aliento no se halló solución hasta finales del siglo XIX.
Quién inventó el colutorio
El inventor del colutorio moderno fue el médico estadounidense Joseph Lawrence en 1880, en la ciudad de Saint Louis, estado de Missouri (Estados Unidos). Creó un líquido antibacteriano para eliminar gérmenes bucales y confió su fabricación a la Lambert Pharmacal Company, entonces una compañía local.
Él aseguraba que haciendo gárgaras con el producto o enjuagando la boca con él se mataba a los gérmenes causantes del mal aliento o halitosis. Había nacido el colutorio moderno. Se llamó Listerine para utilizar el prestigio médico de Joseph Lister, cirujano inglés del siglo XIX, famoso por haber introducido drásticas medidas sanitarias en las salas de operaciones.
Hacia mediados del siglo XIX la ausencia de medidas higiénicas en los quirófanos preocupaba a Lister, que ponía el grito en el cielo cuando veía realizar operaciones con ropa y calzado de calle, sin lavado previo de manos, con la mesa de operaciones rodeada de estudiantes y curiosos, y el uso del serrín recogido directamente del suelo de las serrerías para taponar las heridas. Aquella falta de higiene era la causa de que el 90 por ciento de los operados sucumbiera horas después de la intervención.
Joseph Lawrence, inventor del Listerine, había asistido a una de las conferencias médicas pronunciadas por Lister en el Congreso Médico de Filadelfia de 1876: a aquella misma conferencia había asistido el inventor del vendaje antiséptico y los apósitos James Johnson, primer fabricante de las tiritas.
El listerismo era el caballo de batalla, la comidilla científica del momento. Como Lawrence era listerista puso el nombre de Lister al producto por él creado con vocación antiséptica. De hecho es un término epónimo: ya que convirtió un apellido en nombre común.
El listerine se vendió primero por charlatanes viajeros, luego en establecimientos y boticas. La publicidad ayudó. Los primeros anuncios mostraban a un personaje hipotético, un tal Herb, soltero, buena persona y con recursos, pero que tenía un problema: le olía el aliento. En la cultura anglosajona decirle a alguien que le huele el aliento, que tiene bad wreath, ha sido siempre insulto grave. El problema del Herb de los anuncios era la halitosis.
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