La historia del faro de mar es la de una de las invenciones que podemos llamar progresivas. La instalación de una luz en una altura costera, con el fin de servir de referencia a los navegantes es muy antigua. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos cuál es el origen de los faros marítimos, quién los inventó y cómo ha sido su evolución con el paso de los años.
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Origen e invención de los faros marítimos
En el origen se trataba de simples fuegos que se encendían y mantenían en colinas y, como menciona el autor de la Antigua Grecia Homero, en sus obras la Ilíada y en la Odisea, ya se hacía en el siglo IX a. C. Por lo que podemos deducir que la costumbre existía desde haría ya algún tiempo.
Parece ser que el primer edificio destinado a guardar una luz fue el célebre Faro de Alejandría, una de las siete maravillas del mundo. Su construcción fue emprendida en el 285 a. de C., bajo las órdenes del rey egipcio Ptolomeo II Filadelfo. Medía alrededor de 115 metros (fue destruido por un terremoto).
Los romanos instalaron faros sistemáticamente, como referencias para sus navegantes y, en el siglo IV, se contaba una treintena de faros desde el Atlántico hasta el mar Negro. La fuente luminosa la proporcionaba una antorcha. La caída del imperio supuso un frenazo, tanto en la construcción, como en el mantenimiento de los faros.
No se volvieron a levantar nuevos faros hasta el siglo XII. En 1584, el ingeniero y arquitecto Louis de Foix se propuso reconstruir el faro erigido por Eduardo, príncipe de Aquitania, más conocido con el nombre de Príncipe Negro.
El hundimiento progresivo del islote de Cordouan, en el estuario de la Gironde, hizo que se convirtiera en el primer faro en medio del agua, cuando el edificio concluyó. Tenía una altura de unos 35 metros y era un monumento suntuoso.
Evolución de los faros en la historia
La utilidad de los primeros faros fue proporcional a su potencia luminosa, es decir, durante mucho tiempo fue modesta. La visibilidad de la luz emanada por dos docenas de velas en mar gruesa, reducida además por las salpicaduras de las olas, era aleatoria.
Hay que apuntarle pues al suizo Aimé Argand la notable mejora de la utilidad de los faros que supuso la utilización del sistema de una lámpara de aceite con mecha circular, atizada por una aspiración de aire central, encima de la cual una chimenea metálica activaba el tiro.
Sorprendentemente, París rechazó esta importante invención (que fue copiada sin ningún tipo de canon por el farmacéutico Bertrand Quinquet). Argant, decepcionado, fue a ofrecer su invento a Inglaterra, que supo ver su interés para la iluminación de los faros.
La invención de Argand tuvo futuro, ya que fue completada por François Arago y Augustin Fresnel, en principio simplemente multiplicando las mechas circulares. En 1763, los ingleses amplificaron la fuente luminosa gracias a reflectores parabólicos en el foco, con espejos de cristal plateado en facetas.
En 1820, Augustin Fresnel aportó al fin un enorme perfeccionamiento a los faros inventando la lente escalonada. Óptico sin igual, Fresnel retomaba con esto una idea propuesta en primer lugar por el célebre Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, que consistía en lo siguiente: una lente de gran ángulo, capaz de absorber todo el campo luminoso de una fuente, con un espesor del vidrio tal que no absorbería demasiada luz.
Pero una lente tallada como si estuviese compuesta por una superposición de lentes cóncavas sería mucho más ligera y mantendría un poder de difusión considerable. En realidad, el ahuecado de la lente acabaría llevando a la creación de prismas circulares alrededor de una superficie plana central.
La aparición de la luz eléctrica, a partir de 1850, aportó una solución satisfactoria a los problemas de la intensidad de la fuente lumínica de los faros. Bastaba con colocar en la parte superior una bombilla de gran tamaño, que junto con las nuevas lentes, los faros pasaron a tener un alcance nunca antes visto en la historia.
Diseño de los faros en la Antigüedad
Una vez solventado el tema de la potencia lumínica, se afrontó el problema de la geometría o forma de los faros. Había que hacerlos más altos y más resistentes. La problemática se basaba en dos cuestiones que eran prácticamente desconocidas en la época:
- La primera era la del oleaje, que en sí mismo era únicamente un aspecto de los empujes del mar
- La segunda era la fuerza del viento, del que también se desconocían los efectos de su empuje.
El oleaje sirvió de introducción a la revisión del perfil de las torres y de su modo de construcción por la siguiente razón mecánica: la composición de dos movimientos ondulatorios de oleajes de períodos cercanos tiene una diferencia de un décimo, lo que hace que la altura máxima se presente cada diez olas por la conjugación de los dos movimientos.
De lo que resulta que, cada diez olas, el mar ejerce una fuerza doble y alcanza el doble de altura de una ola media. Pero entonces la resistencia opuesta por la torre o faro puede hacer que la ola alcance el doble de la altura del edificio.
En ese caso, el faro se encuentra rodeado por una cortina de agua que no sólo vela su luz, sino que además amenaza su estructura. Se hizo necesario entonces establecer un perfil de base, de tal modo que la décima ola se rompiera sin alcanzar la torre, y consolidar la estructura de la propia torre en función de las fuerzas residuales, de las que se empezaba a tener conocimiento.
Con este motivo, hay que citar los nombres de los ingleses John Smeaton y James Douglas, quienes, en 1882, barrieron mucho este nuevo terreno que es la construcción racional de los faros. Estos dos ingenieros habían aprendido de sus desengaños anteriores y, sobre todo, del derrumbamiento de varios faros.
A finales del siglo XIX, Léonor Fresnel demostró que la fuerza del viento, a 200 km/h, alcanzaba 275 kg por m² en una torre cilíndrica y que, para que un edificio de estas características resistiese las fuerzas conjugadas del viento y del oleaje había que plantearse estructuras capaces de resistir empujes quíntuples, esto es, de 1.375 kg por m². Estos cálculos fueron decisivos, pero subestimaron las fuerzas reales ejercidas por algunas tormentas. Y, algún faro fue destruido por terribles tormentas.
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