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CurioSfera Historia

Batalla de Malplaquet (1709)

La batalla de Malpaquet tuvo lugar el 11 de septiembre de 1709 dentro del marco de la Guerra de Sucesión Española. El ejército francés se enfrentó a la Alianza (Inglaterra, Austria y Holanda) en la actual población de Taisnières-sur-Hon (norte de Francia). La victoria aliada marcó el comienzo del fin de la monarquía absoluta francesa. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos la historia de la batalla de Malplaquet.

Ver la batalla de Crécy

Datos de la batalla de Malplaquet

  • Fecha: 11 de septiembre de 1709
  • Lugar: actual población de Taisnières-sur-Hon, norte de Francia.
  • Combatientes: Los franceses contra la alianza de británicos, holandeses y austríacos.
  • Unidades: La Alianza contaba con 90.000 soldados y 120 cañones. Las tropas francesas 80.000 hombres y 90 cañones.
  • Objetivo: A corto plazo, quién ocuparía el trono español. A medio plazo, acabar con la supremacía francesa.
  • Resultado: La alianza de Inglaterra, Holanda y Austria venció la batalla de Malplaquet.
  • Personajes protagonistas: El general francés Claude-Louis-Hector Villars, el inglés John Churchill (duque de Malrborough) y el príncipe austríaco Eugenio de Saboya.
  • Bajas: 11.000 bajas los franceses y 25.000 bajas la Alianza.
  • Consecuencias: la derrota francesa marcó el comienzo del fin de la monarquía absoluta. Luis XIV tuvo que pedir ayuda a su pueblo para la guerra. Por primera vez un monarca hacía algo así.

Antecedentes y Contexto

Francia era un país impor­tante y tenía un ejército excelente. El ejército francés ganaría las guerras y el rey francés se cubriría de gloria. Para Luis XIV, él era Francia, Carlos II era Gran Bretaña y Guillermo de Orange, las Provincias Unidas de los Países Bajos.

motivos Batalla de Malplaquet
El rey francés Luis XIV (El rey Sol)

Todos participaban en el mismo juego, cuyo objetivo era la gloria. A fin de alcanzarla, los reyes de Francia, Gran Bretaña, Holanda, Austria y España habían librado una serie aparente­mente interminable de contiendas. Las naciones cambiaban sus lealtades, pero los Países Bajos siempre había sido la enemiga de Fran­cia, como también lo eran, en menor medida, Gran Bretaña y Austria. España, perdido ya su antiguo esplendor, trataba infructuosamente de mantenerse al margen. Por su parte, Suecia y los Estados germanos solían unirse cuando lo consideraban conveniente.

El Rey Sol (Luis XIV) distaba de ser cobarde. En la Tercera Guerra holandesa de 1671, Luis condujo personalmente el asalto final a la poderosa fortaleza de Maastricht. Pero Luis sentía aversión por todo derramamiento innecesario de sangre. Y ello contribuyó a esta­blecer una nueva tendencia bélica.

El nuevo ejército francés

La nueva tendencia militar francesa era reemplazar la indisciplinada soldadesca de guerras anteriores por ejércitos nacionales pequeños pero bien entrenados. Para ello, pro­movió a generales como el vizconde de Turenne, un maestro de la estrategia que se las ingeniaba para casi derrotar al enemigo antes de utilizar las armas.

Pero el gran descubri­miento de Luis fue Sébastien le Prestre, hijo de un plebeyo, quien se había alistado como zapador. El joven rey reconoció el talento del soldado para la ingeniería militar y de ahí en adelante no dejó de ascenderlo. Como señor de Vauban, le Prestre es hoy considerado el mejor ingeniero militar de la historia.

En lugar de saquear los campos, los nuevos ejércitos de­pendían ahora de los suministros almacenados en depósitos fortificados, lo cual convirtió a los sitios en la estrategia clave en las guerras libradas a finales del siglo XVII y principios del XVIII.

En lo tocante a los sitios, Vauban era el rey. Sus técnicas resultaban tan infalibles que cuando las trincheras para abor­dar las murallas de una fortaleza llegaban a un cierto punto, se daba por descontado que la guarnición podría rendirse sin la menor pérdida del honor.

En el campo de batalla, Turenne y sus discípulos mantenían al enemigo alejado de sus centros de su­ministros, lo cual tenía por consecuencia, si no la derrota, al menos una veloz retirada.

La guerra, por cierto, no era in­cruenta, pero no se asemejaba en absoluto a las interminables masacres que caracterizaron las guerras de religión, que re­cientemente se habían librado.

La liga de Augsburgo

Luis tuvo tanto éxito que se convirtió en «el Rey Sol», el centro del sistema solar europeo alrededor del cual giraban los demás monarcas. Pero los otros monarcas se cansaron de dar vueltas en torno al señor del Palacio de Versalles. La ayuda prestada por Luis a los turcos musulmanes, en guerra con sus rivales austrí­acos, los Habsburgo, les proporcionó el pretexto para formar la Liga de Augsburgo.

La Guerra de la Liga de Augsburgo (en la que salvo Tur­quía participó toda Europa contra Francia) fue la primera contienda mundial de los tiempos modernos. Se libró en Eu­ropa, en las Américas, en India y en alta mar.

Turenne y el marqués de Louvois, el gran ministro de la guerra de Luis, ha­bían muerto. Pero el duque de Luxemburgo demostró ser un excelente estratega, y aún quedaba Vauban. Sin embargo, el rey estaba viejo, cansado y la guerra había comenzado a agotar sus recursos, de modo que fue un alivio para él firmar un tratado de paz que le permitía conservar la mayor parte de sus con­quistas.

La sucesión española

Finalmente, Luis XIV había decidido no perturbar la paz en Euro­pa. Pero entonces murió el rey de España, Carlos II, sin dejar descendencia. Sus herederos más cercanos eran el hijo del em­perador de Austria y el nieto de Luis XIV.

ejércitos batalla de Malplaquet
Claude-Louis-Hector Villars, John Churchill (duque de Malrborough) y el príncipe Eugenio de Saboya

En su testamento, Carlos nombró al nieto de Luis, el duque de Anjou, como suce­sor al trono. Tras esta noticia, la guerra con Austria se desencadenó de inmedia­to. Además, traicionadas ante la combinación del poderío francés con el oro español, Gran Bretaña y Holanda se unieron a Austria. Lo mismo hizo Dinamarca y todos los esta­dos germánicos, salvo Baviera.

Para colmo de males, los recursos de Luis habían mermado de forma alarmante. Tras años de soportar el fastuoso tren de vida de la corte, el tesoro prácticamente se había vaciado. Y todos los grandes franceses de antaño ha­bían fallecido. El gran ingeniero Vauban, tras enemistarse con el rey por la forma como había tratado a los protestantes franceses, se había retirado de la escena.

Asimismo, aparecieron nuevos enemigos. Por parte inglesa, John Churchill, duque de Marlborough, uno de los más brillan­tes generales de la historia del Reino Unido. Los austríacos des­cubrieron a otra estrella (en este caso un francés: el príncipe Eugenio de Saboya), que había dejado su país natal jurando no volver jamás a menos de hacerlo a la cabeza de un ejército.

Marlborough, al desplazar a su ejército de holandeses y británicos hacia el sur para unirse a los austríacos, desconcertó a los franceses, quienes esperaban vencerlo. Se reunió con Eu­genio de Saboya y condujo a los aliados a una aplastante victoria sobre franceses y bávaros en la batalla de Blenheim.

Marlborough resultó ser el general más atípico del siglo XVIII. Las bajas en ambos lados fue­ron enormes. Los ingleses, y especialmente los holandeses, se sintieron horrorizados y, durante un tiempo, mantuvieron a raya a Marlborough.

Villars, ahora al mando de otro ejército, obtuvo algunas victorias en la campaña de Renania, pero en 1706 Marlborough tuvo la oportunidad de volver a poner en práctica su magia bélica aniquilando a los franceses en Ramillies y expulsándolos de los Países Bajos españoles (en la actua­lidad, la mayor parte de Bélgica). Otra vez las bajas fueron muy altas y otra vez los políticos holandeses «encadenaron» a Marl­borough.

Los aliados invadieron España, pero la expedición se estan­có rápidamente. Los mismos españoles detestaban a los invasores y habían comenzado una guerra de guerrillas. Pero en 1708, Eugenio trasladó su ejército al Rin y se unió a Marlborough. Tras aplastar al principal ejército francés en Flandes, invadieron Francia. El invierno que siguió a la derrota fue el más frío del siglo.

Las semillas de trigo murieron en los campos y se perdió la mitad del ganado a causa de las ba­jas temperaturas. Francia estaba derrotada, los invasores ex­tranjeros gobernaban parte del país y la hambruna había ma­tado a la mitad de la población. Luis XIV, el monarca más orgulloso del mundo, había sido humillado. En consecuencia, pidió la paz.

El inicio de la campaña

Inducidos por los holandeses, los aliados negociaron un trata­do de paz sujeto a cuarenta condiciones. Entre otras cosas, Luis debía ceder todas sus conquistas y no brindar ningún tipo de ayuda a su nieto en España.

fecha Batalla de Malplaquet

Sin embargo, cuando leyó la últi­ma condición, que le obligaba a expulsar a su nieto, Felipe de Anjou, del trono español, Luis se sintió horrorizado y exclamó: «Si debo hacer la guerra, pelearé contra mis enemigos, no con­tra mis hijos». Entonces Luis XIV, hizo algo revolucionario: re­currió a su pueblo y escribió un largo discurso dirigido a todos los estamentos de la población francesa. Dicho discurso tuvo una reacción inmediata en el pueblo galo.

El dinero llegaba a raudales al tesoro. Los voluntarios co­rrían a las oficinas de reclutamiento. Luis le dio el mando del ejército a Villars, el único general aparentemente capaz de ga­nar batallas. Sin embargo, ganar batallas con esos reclutas has­ta tal punto inexpertos no sería fácil. Villars se abocó a la tarea de convertirlos en un ejército.

Pocos de los hombres de Villars habían visto un mosquete antes de responder a la llamada del rey. Marlborough, por otra parte, había entrenado incansablemente a sus hombres en el arte de las armas de fuego. Estos disparaban sus armas por peloto­nes y no por líneas, lo cual permitía una mayor flexibilidad al comandante.

Marlborough pasó aún más tiempo adiestrando a la caballería, considerada por todos como la mejor de Euro­pa. Su segundo comandante era el brillante príncipe Eugenio de Saboya. El segundo de Villars era Louis François, duque de Boufflers, un anciano valiente aunque enfermo y demasiado cauto.

Cuando la primavera empezaba a derretir la tundra en la que Francia se había convertido, Marlborough se dispuso a si­tiar Mons. Un general común al mando de un ejército tan numeroso como el de Villars, se hubiese preparado para un sitio. En lugar de ello, Villars se desplazó con el propósito de bloque­ar a Marlborough en el campo.

La batalla

Villars fortificó una línea que se extendía entre dos zonas bos­cosas. Las tácticas de la infantería europea del siglo XVIII se ba­saban en filas perfectamente alineadas de hombres de infante­ría armados con bayonetas que marchaban al encuentro del enemigo, situado en las inmediaciones. Pero los bosques desba­rataban esas tácticas.

dónde se produjo la Batalla de Malplaquet

En el siglo XVIII, Marlborough eran un militar tan atípico como Villars. Un comandante común de esa época habría trata­do de flanquear a los franceses y de cortarles las líneas de suministros, pero Marlborough anhelaba una batalla. Su plan consistía en atacar ambos extremos de la línea francesa, obli­gando a Villars a reducir el centro para reforzar los flancos. Luego arremetería contra el centro francés.

Marlbourough envió 20.000 soldados alemanes en 40 batallones para atacar la línea enemiga en su parte más débil, en el medio. De pronto, éstos se volvieron y se encaminaron en dirección al Bosque de Taisiers, donde se asentaba la izquierda francesa.

Cuarenta cañones aliados, una cantidad exorbitante en esos tiempos, abrieron fuego en los bosques. Los alemanes avanza­ban en tres líneas, portando mosquetes con bayonetas y marchando majestuosamente al compás de los tambores a un ritmo de 80 pasos por minuto. Estaban atravesando 750 metros de descampado en busca de un enemigo oculto en los bosques.

Antes de que pudieran encontrarlos, los franceses los ata­caron a cañonazos. Una sola bala de cañón podía acabar con fi­las enteras. Otros cañones del centro francés aniquilaron varias columnas de infantería.

De acuerdo con la táctica propia de la infantería del siglo XVIII, los alemanes (que cuadruplicaban el número de franceses en los bosques) cerraron las brechas de sus líneas y continuaron marchando.

Los artilleros de Villars arrojaban ahora metralla y habían aniquilado a una enorme cantidad de alemanes. Cuando los atacantes llegaron al linde del bosque, los franceses los recibieron con una cerrada descarga de fusilería y un ataque a la bayoneta.

Dos de los tres generales de división y todos los coroneles de la primera línea alemana murieron. La primera línea se iba desplomando sobre la segunda. Pero una segunda oleada detuvo a los franceses y la tercera, que acababa de llegar, se unió a la lucha. Los franceses enviaron sus reservas a la batalla.

Situadas en el otro flan­co, las tropas holandesas y escocesas se lanzaron al ataque veinte minutos después que los ale­manes. Una vez más los franceses abrieron fuego desde el fren­te y desde el flanco, donde el suelo se hallaba alfombrado por los cuerpos de los aliados.

El contraataque francés obligó a re­plegarse a los holandeses y escoceses, pero una carga de la ca­ballería de Hesse salvó a la infantería aliada… por el momento. Marlborough tuvo que sacar a las tropas inglesas del centro para impedir la destrucción de su flanco.

Villars hizo algo parecido: despojó prácticamente el centro de la línea a fin de salvaguardar el flanco. Pero cuando estaba or­ganizando a sus tropas para un contraataque, lo hirieron. Aunque se cayó del caballo, se negó a abandonar el campo, de modo que se sentó en una silla y dirigió la batalla hasta que perdió el conocimiento. Boufflers fue el encargado de sustituirlo.

Marlborough galopó hasta el centro de la línea y vio que en las trincheras francesas no había nadie. Por consiguiente, or­denó a la caballería lanzarse al ataque. Esta atravesó lo que ha­bía sido el centro de la línea francesa, pero sus cabalgaduras es­taban exhaustas.

Los jinetes franceses hicieron frente a la caballería inglesa, y ambos cuerpos, ya debilitados, se enzarzaron en un que vencieron los aliados por su superioridad numérica. A las 3 de la tarde Boufflers decidió re­tirar ordenadamente al ejército francés.

Consecuencias y repercusiones

Los franceses habían perdido 10.000 hombres y los aliados unos 25.000. De los ochenta batallones holandeses, apenas si quedaban suficientes soldados para formar dieciocho. Luis XIV tenía un problema. Su mejor general se hallaba gravemente herido, sus enemigos aún se encontraban en Fran­cia y el nuevo invierno se perfilaba tan devastador como el últi­mo. Sin embargo, era un poco menos desdichado que los mo­narcas de Gran Bretaña y de Holanda. La factura que había pa­sado el «carnicero Marlborough» era demasiado elevada.

El contraataque francés

Al poco tiempo Villars se recuperó. En España, el pueblo se había unido al nieto de Luis, Felipe V, y había comenzado a expulsar a los invasores. En Francia, el patriotismo no había menguado y su fuego todavía templaba las almas. Cada vez más franceses se alistaban en el ejército en calidad de voluntarios.

Villars tomó la ofensiva, y Marlborough y Eugenio de Saboya procuraron evitar la batalla. Luego los británicos se aseguraron de que nun­ca más tuviera lugar otra batalla como la de Malplaquet.

Reti­raron a Marlborough y a las tropas británicas y firmaron la paz por separado. Villars aceleró la ofensiva, Con una serie de ma­niobras dignas de un Turenne o del propio Marlborough, logró echar a Eugenio y a los holandeses de Francia y Flandes. En seis semanas, Eugenio de Saboya perdió 53 batallones y fortalezas que había llevado años capturar.

La lección aprendida

El final de la guerra liberó a Luis XIV de sus desdichas, y Mal­plaquet se convirtió en una batalla más importante para la civi­lización occidental que para la propia Francia. Por primera vez, un monarca «por derecho divino» que, además, era el más orgu­lloso de todos los monarcas, no había vacilado en recurrir al pue­blo.

Los habitantes de Francia habían salvado a su patria y, por lo tanto, habían demostrado que el poder supremo no residía en un rey inspirado por la gracia de Dios, sino en el pueblo. La lección no cayó en saco roto. Aparte del interés que suscitó en los filó­sofos, tuvo por consecuencia dos hechos importantísimos acae­cidos en el transcurso del siglo: el primero ocurrió allende el Atlántico, y el segundo en Francia, unos años más tarde.

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