Durante miles de años, el único modo de evitar el embarazo de la mujer fue el coitus interruptus y la eyaculación extra vaso. Procedimientos que son poco eficaces y provocan embarazos no deseados. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos la historia del anticonceptivo femenino y su evolución.
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Historia del anticonceptivo femenino en la Antigüedad
Hacia el año 3500 a. C., se empezó a buscar otras soluciones. En la Antigua China se aconsejaba a la mujer beber cierta dosis de mercurio calentado en aceite para envenenar al feto. Tratamiento tan radical que a menudo acababa también con la madre, ya que más que un contraceptivo, era un método abortivo.
Los chinos conocieron también el diafragma o DIU de cáscara de cítrico. Y siglos después Hipócrates, el prestigioso médico de la Antigua Grecia, recomendaba introducir en la vagina huesos de almendra para evitar la preñez.
En el antiguo Egipto, la mujer insertaba en su vagina antes de yacer con el varón una mezcla de excremento de cocodrilo y miel: la viscosidad de la miel atrapaba el esperma, y la acidez del excremento mataba a los que conseguían escapar: fue éste el primer espermicida de la Historia.
En los Papiros de Petri del 1850 y en el Papiro de Ebers, del 1500 a. C., se describen métodos pintorescos para afrontar el problema, como se deduce de la siguiente fórmula magistral: “La mujer mezclará miel, sosa y excremento de cocodrilo, todo lo cual acompañará de sustancias gomosas, aplicando una dosis en la entrada de la vagina con el dedo índice que ha de penetrar hasta donde termina la segunda falange.”
Algunos de estos métodos llegaron intactos a los tiempos de Cristo, en que los camelleros introducían huesos de albérchigo en el cuello del útero de las camellas para evitar el embarazo en los largos viajes.
Y era costumbre afianzada entre las mujeres de vida alegre, introducir hilachas de tela o hilos de pergamino en el útero a ese mismo fin. Desde tiempo inmemorial, se utilizaban el zumo de limón, el vinagre, el perejil o la mostaza, así como soluciones salinas y jabonosas con fines anticonceptivos.
El diafragma, o algo muy parecido a este artilugio, existía ya en el siglo VI a. C., barrera física que podía ser incluso la corteza de la granada. La antigua Roma se interesó por la materia, sobre todo el ginecólogo griego del siglo III a. C. Sorano de Éfeso, que aconsejaba lo siguiente: “Mujer, si quieres gozar del varón y no ser bendecida con la maternidad, después de yacer con él estornuda repetidas veces, da saltos en el suelo y expulsa así todo el esperma que puedas llevándote la mano a ese lugar.”
En Persia las mujeres empapaban esponjas en una mezcla de alcohol y otras sustancias de efecto parecido a la quinina o el yodo y la introducían en su vagina antes de copular. Se sabe que hubo un intenso comercio de estas esponjas en la Antigüedad. También se empleó en Oriente Próximo agua y vinagre en una solución perfumada.
Evolución del anticonceptivo femenino
Del siglo I hasta mediados del siglo XIX las cosas siguieron más o menos igual a este respecto. Comenzaron a cambiar en 1860, cuando el norteamericano doctor Foot inventó el capuchón cervical, en el que vio una medida anticonceptiva, invento que cayó en el olvido.
Retomó la idea el austriaco doctor Kafka, que puso de moda en Europa el dedal de celuloide, oro, plata o platino, utilizado hasta que el caucho se impuso en el mercado. También los pesarios o correctores del descenso de la matriz fueron aprovechados como anticonceptivos hasta 1888, en que se inventó uno de los primeros preservativos femeninos:
- El pesario de Mensinga o diafragma ideado por el médico alemán Wilhelm P. J. Mensinga: una semicircunferencia de goma hueca
- El pesario oclusivo o “capuchón holandés”, muy eficaz que adquirió prestigio en el periodo de entreguerras, del que decía la publicidad: “Es lo único que no falla, y tan eficaz como dormir con un eunuco”.
Poco después nacería el preservativo femenino de caucho: el diafragma. La vieja esponja siria como anticonceptivo a modo de barrera física reapareció en 1984 en forma de crema y pomada más un ingrediente adicional: el monoxynol. Pero la revolución llegó con la invención de los anticonceptivos hormonales. Con una simple pastilla diaria, la mujer podía tener la seguridad al 99,9% de no quedarse embarazada: la píldora anticonceptiva.
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