La historia de la dentadura postiza nos habla de como, desde tiempos remotos, la humanidad ha intentado sustituir las piezas dentales caídas o deterioradas. No fue hasta finales del siglo XIX que se inventó la dentadura postiza, cómo hoy la conocemos. Naturalmente, menos evolucionada que las actuales. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos quién inventó la dentadura postiza y su origen.
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Origen de la dentadura postiza
La preocupación por la dentadura fue grande en el mundo antiguo. Que el cuidado médico de los dientes preocupó al hombre prehistórico se deduce de los vestigios arqueológicos hallados en Mehrgarh, Paquistán actual, que muestra dentaduras médicamente tratadas hace más de nueve mil años.
Los cuidados dispensados entonces eran muy sofisticados, y sorprende que aquellos dentistas tuvieran un conocimiento tal de la salud dental como para practicar implantes y rellenos. Que la odontología estaba avanzada hace seis mil años, en China y la India, lo muestran los hallazgos arqueológicos, donde se implantaba a los pacientes dientes postizos.
También se sabe que hace seis mil años los egipcios conocían estas técnicas, y eran capaces de aliviar el dolor de muelas a la vez que evitaban el decaimiento de la dentadura utilizando granos de sal. Hace 2700 años el pueblo etrusco, que habitó Italia antes de que Roma iniciara su andadura, confeccionaba prótesis dentales con puentes de oro. Sabían realizar trasplantes dentarios y confeccionaban dentaduras postizas con dientes de animales o de hombres, tallados a medida del cliente.
Se han hallado dentaduras postizas primitivas en santuarios ibéricos prerromanos, y el historiador García Gras ha descrito que de la Hispania romana se han hallado empastes de oro y plomo, forros y prótesis dentales.
Quién inventó la dentadura postiza
El inventor de la dentadura postiza moderna es el francés Pierre Fouchard (1678-1781) a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII. Este dentista parisino, famoso en toda Francia y considerado el padre de la odontología moderna, conmovido por los padecimientos que las damas de la corte soportaban con tal de lucir dientes, ideó un sistema de fijación de las piezas dentarias superiores mediante muelles de acero que conectaban los dientes de arriba con los de abajo.
Esta técnica resultaba difícil: no era fácil mantener la boca cerrada, ya que los muelles tendían a lo contrario, cosa a la que Fouchard concedió poca importancia, ya que pensaba que tratándose de mujeres, éstas tendrían casi siempre la boca abierta… para hablar.
Otra cosa eran los accidentes fortuitos. A veces, un diente se disparaba ante la presión del muelle y acababa en la sopa de un comensal, o en el ojo. Amén de los problemas comentados, uno de los inconvenientes serios era el deterioro y degradación de los dientes artificiales por la acción de la saliva.
Al primer presidente de Estados Unidos, George Washington, la dentadura postiza daba a su rostro una expresión desencajada, como puede percibirse en su retrato, y una expresión forzada. Washington no soportaba el mal olor de los dientes de marfil, y los sumergía en vino de Oporto durante la noche. Este problema de olores y sabores extraños en las piezas dentarias artificiales desapareció a finales del siglo XVIII con el invento de un dentista francés: la dentadura de porcelana de una sola pieza.
El dentista de Fernando VII, el napolitano José Ángel Fanzi, se anunciaba en 1794 como cirujano dentista en el Diario de Barcelona. Este personaje mejoró los dientes de porcelana al dotarlos de un tornillo de platino individual que soldaba a la base de la pieza dentaria. De hecho, fue prácticamente el inventor de los dientes individuales de porcelana.
Más tarde se inventó la vulcanita, compuesto de caucho muy útil en la fabricación de encías artificiales sobre las que engarzar dientes sueltos artificiales, que fueron reemplazados en 1848 por Claudio Ash, cansado de usar dientes de difuntos.
También se hicieron dentaduras de celuloide, hasta que en cierta ocasión una de aquellas dentaduras se incendió con el fuego de un puro que su poseedor fumaba en un exclusivo club londinense con asombro y guasa de todos. Nadie quiso exponerse, después de una experiencia así, a semejante ridículo.
Evolución de la dentadura postiza
Los métodos empleados por los fabricantes de dentaduras antiguos evolucionaron poco. Las dentaduras postizas comenzaron a experimentar cambios drásticos hasta finales del siglo XIX. Es sorprendente que una parte tan importante de la anatomía no experimentara muchos progresos. Los dentistas no creyeron entonces en la posibilidad de la dentadura postiza y apenas la practicaron, por lo que la ciencia odontológica retrocedió milenios. Otra cosa era el cuidado de la dentadura.
En 1420 la reina María, esposa del rey aragonés Alfonso V el Magnánimo, tenía su dentista o caxaler privado, encargado de limpiar los dientes a la soberana o de extraerle las piezas estropeadas y operar para remediar el dolor. Estos profesionales contaban con instrumental adecuado, como los raspadores para eliminar el tártaro (sarro) y aplicar polvos dentífricos.
La gente importante tenía su dentista. El cuidado puesto en no perder las piezas dentarias era grande, y era traumático tener que someterse a su extirpación, solución extrema. En 1523 un tal Juan de Avendaño que se autotitulaba “maestro de limpiar, curar dientes y sacar muelas” cobró cinco ducados de oro por sacar una muela a la reina doña Juana la Loca en Tordesillas.
Isabel I de Inglaterra, a finales del siglo XVI disimulaba la oquedad en la que la ausencia de dientes dejaba su boca. La rellenaba con tiras de tela que colocaba sobre las encías. Así, amoldaba la boca y evitaba que se hundieran los labios ante la ausencia de dientes. Esta solución sorprendente sólo conseguía dar a su rostro un aspecto congestionado y a su sonrisa un matiz enigmático, a la vez que relegaba a la soberana al silencio o a una extrema parquedad en palabras.
Se ha dicho en alguna revista científica que la sonrisa de la Gioconda de Leonardo da Vinci se debe a algo de esto. A finales del siglo XVII la dentadura postiza era todavía una rareza, un artículo de lujo que sólo quien tuviera grandes riquezas se permitía.
Previo a la instalación de tan costoso artilugio el dentista medía la curva de la boca con un compás. Los dientes de arriba se sujetaban lateralmente a sus dientes vecinos mediante ataduras de seda, ya que era imposible mantenerlos en su sitio. Las piezas inferiores eran talladas a mano.
Se utilizaban dientes humanos vivos, piezas que vendían los pobres, que faltos de recursos recurrían a aquel tesoro propio como no hace mucho los estudiantes vendían la sangre para hacer transfusiones. Aquellos dientes eran engastados en encías artificiales de marfil. La dentadura no era para comer sino para evitar la oquedad que la ausencia de dientes dejaba afeado el rostro. Quien tenía dentadura postiza se la quitaba antes de sentarse a la mesa, y la guardaba en un estuche.
En relación con la dentadura postiza es curiosa la anécdota que cuenta que el científico y explorador norteamericano Edward Cope utilizó una de estas dentaduras en sus investigaciones paleontológicas en África. Y, cuando fue apresado por una tribu indígena hostil, logró salvar su vida asustándoles. Esto lo consiguió sacando de su boca su propia dentadura postiza, haciendo como que daba bocados en el aire. Los indígenas, aterrorizados, huyeron, dejando al curioso personaje muerto de risa…, con la dentadura en la mano.
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