La historia de la utilización de abonos en agricultura constituye uno de los capítulos más desconcertantes. A medio camino entre el descubrimiento y la invención, ha sido un elemento fundamental para la humanidad. Gracias a ellos, las cosechas pueden crecer más rápido y ser más abundantes. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos el origen e historia de los abonos agrícolas.
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Origen de los abonos
Seguramente el papel de los abonos fue descubierto por observación hace aproximadamente tres mil años. La utilización de excrementos humanos y de estiércol, mezclados con detritus vegetales, está demostrada en la antigua Mesopotamia en el primer milenio a. de C., al igual que en Egipto, aun cuando tenía a su fácil disposición abundante lodo del Nilo.
A continuación, se extendió a lo largo de la cuenca mediterránea y los romanos regularon su uso. Aproximadamente en el año 200 a. de C., el militar y político Catón el Viejo, dominaba lo suficiente la fertilidad de los suelos como para recomendar la adición de cal a los suelos ácidos. Además de estiércol a todos los suelos, y el cultivo de leguminosas, las cuales tienen la propiedad de fijar el nitrógeno de la atmósfera.
El consejo de Catón resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta que la capacidad de las plantas para fijar el nitrógeno no fue intuida, por el francés Boussingault, hasta 1834, y que el mecanismo de acción lo estableció en 1891 el ruso Winogradsky.
También fue sorprendente el declive progresivo de la utilización de abonos tras la caída del Imperio Romano. Es igualmente incomprensible el hecho de que ni en China ni en India, donde el hambre revistió desde muy pronto un carácter endémico, y donde estaban muy desarrolladas las técnicas agrícolas, se haya recurrido a los abonos antes de los tiempos modernos.
Historia de los abonos y fertilizantes en la Época Moderna
El hombre que redescubrió los abonos, tras diez siglos de profunda ignorancia, en los que se creyó que las plantas se nutrían de humus, es de hecho un ”reinventor”; se trata de un alquimista de teorías a menudo fantasiosas, el holandés Jean-Baptiste van Helmont, que llevó a cabo un célebre experimento.
En 1609 planta un arbusto de 2,50 kilos en 100 kilos de tierra. Cinco años más tarde, el arbusto pesa 84,50 kilos y el suelo tan sólo ha perdido unas decenas de gramos. Van Helmont sentó las bases de la fisiología vegetal y demostró que las plantas no se nutrían de tierra, sino de agua y de “elementos alquímicos”.
Pero la práctica de los abonos todavía no había ganado la batalla en agricultura. Van Helmont prosiguió sus trabajos, que interrumpió su muerte en 1644. Mientras tanto, en 1630, el alemán J. R. Glauber, otro alquimista instalado en Amsterdam, y cuyo laboratorio fue muy alabado, postula que el nitrato de potasio o salitre es el principio de la vida y un abono de primera calidad, lo cual es cierto y él mismo lo demuestra.
A su muerte, deja un testamento científico en el que explica cómo aumentar los recursos agrícolas de Alemania. Glauber tuvo más audiencia que Van Helmont, y es entonces cuando se despierta el interés por los abonos, naturales o químicos. De este modo, Glauber se sitúa como uno de los precursores, lo que con el tiempo se verá reafirmado: es el verdadero inventor de los abonos químicos.
Su sucesor directo fue el inglés John Woodward, quien en 1699 cultivó plantas en agua de lluvia, aguas del Támesis, agua de las alcantarillas londinenses y agua de estas mismas alcantarillas a la que añadía mohos de jardín (a los que sin duda se habían pegado restos de salitre). Estableció entonces que cuanto más impura era el agua, mejor crecían las plantas.
Pasó más de un siglo antes de que el suizo Théodore de Saussure determinara las proporciones de abono necesarias para el crecimiento vegetal, pero aún los abonos no habían ganado su batalla.
En 1840 el alemán Justus von Liebig demostró el papel fertilizante del fósforo tratado con ácido, y dos años más tarde, el inglés John B. Lawes, inventor del procedimiento de reducción de superfosfatos por tratamiento de rocas de fosfato (apatitas) con ácido sulfúrico, a partir de las observaciones de Liebig, lanza la industria de los abonos químicos.
Tan sólo a finales del siglo XIX la utilización de abonos comienza a extenderse. Han transcurrido doce siglos desde su primera aplicación en agricultura.
La Ley de Liebig conoció un gran éxito desde 1840. En ella se determina que el crecimiento de una planta viene limitado por el elemento asimilable cuya concentración en el medio sea la más débil; aplicada en origen sólo en agricultura, es muy utilizada en nuestros días en todas las estimaciones ecológicas.
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Fuentes y bibliografía
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– AUTOR: CURIOSFERA-HISTORIA.COM
– FECHA DE PUBLICACIÓN: FEBRERO DE 2020