La escafandra utilizada por los buzos permite a éstos poder permanecer bajo el agua durante mucho tiempo para realizar todo tipo de trabajos. Básicamente se trata de un casco estanco con una toma de aire que se bombea desde el exterior. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos la historia de la escafandra, cuál es su origen, y también quién fue su inventor.
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Origen de la escafandra
La invención de la escafandra parece relativamente antigua, ya que Aristóteles menciona, en el siglo III a. de C., aparatos que permitían a los submarinistas permanecer mucho tiempo bajo el agua respirando con normalidad.
El filósofo describe recipientes metálicos, que podrían haber sido cascos de escafandra primitivos, abiertos por dos agujeros en los que se insertaban lentes de cristal. Bastaba con tenerlos invertidos y ajustados a los hombros, para impedir que el agua entrara.
Pero para permitir que los submarinistas permanecieran «mucho tiempo» bajo el agua, y por tanto que respiraran, era necesario que se les proporcionara aire fresco de la superficie. Esto sólo pudo hacerse teniendo en la boca un tubo que desembocara en la superficie, o bombeando el aire por medio de un tubo.
El caucho no existía entonces, por lo que podemos imaginar que ese tubo, forzosamente flexible, era de tela impermeabilizada con asfalto, por ejemplo, o de cuero. Pero este punto Aristóteles no lo explica. Por otra parte, parece razonablemente cierto que el propio Alejandro Magno se sumergió bajo el agua en un aparato llamado colimpha, del que sólo podemos hacer conjeturas.
La más plausible teoría es que se trataba de una campana de inmersión, lejano ancestro de los batiscafos, provista en su parte superior de una apertura vítrea, ya que está especificado que el colimpha permitía el acceso de la luz. Esta campana se bajaba verticalmente con el fin de mantener el aire cautivo en ella. Lo cierto es que ni la escafandra descrita por Aristóteles, ni la campana utilizada por Alejandro Magno, podían permitir descender a más de 3 metros.
Aunque no fuera más que por las presiones ejercidas a esa profundidad, que habrían requerido, para la escafandra de Aristóteles, bombas con una potencia que no parece haber estado disponible en aquella época. Además, la fuerza vertical ejercida por la bola de aire habría impedido a los submarinistas descender, a menos que estuvieran lastrados con pesos.
Las mismas reservas se pueden aplicar a un dibujo del autor latino Vegecio, del siglo IV. En él se representa submarinistas equipados con un casco y que respiran por medio de un tubo de cuero atado a una vejiga en la superficie, la cual evidentemente servía de flotador.
Este dibujo solamente es plausible con la condición de que el submarinista tuviera el tubo en la boca. La escafandra únicamente permitiría tener los ojos secos, ya que si no fuese así, como ocurría con la escafandra de Aristóteles, la ley de los vasos comunicantes habría hecho que tanto la escafandra como el tubo se llenaran de agua.
Parece que este tipo de escafandras sobrevivieron hasta la Edad Media. El filósofo ingles Roger Bacon narra efectivamente, en 1240, que existen «instrumentos gracias a los cuales los hombres pueden andar por el fondo de los mares o de los ríos sin peligro para ellos mismos».
Antecesores de la escafandra
Hacia el año 1400, el alemán Konrad Kyeser, representa en un dibujo dos tipos de escafandras en dos submarinistas uno frente a otro:
- Una que parece ser una copia de la de Vegecio, y que consiste en un capuchón hecho con un material desconocido y que permite respirar con ayuda de un tubo atado en superficie a una vejiga.
- La otra, mucho más original, que está cubierta por un casco con dos aperturas de cristal y está ajustada a una casaca cerrada y fijada en la
Este atuendo, predecesor de las escafandras modernas, es sorprendente, ya que es la primera representación conocida de un traje de buzo. Su utilidad sólo puede provenir del intento de aislar el cuerpo del submarinista de un agua demasiado fría.
Pero la alimentación de aire estaba limitada por la potencia de las bombas disponibles entonces, suponiendo, hay que precisarlo, que la alimentación por bombas de aire se utilizaba.
El siguiente paso importante en la evolución de las escafandras parece que lo franqueó en 1679 el italiano G. A. Borelli, quien describió por primera vez una escafandra equipada con una reserva de aire metida en una botella de cuero, llevada a la espalda, y de un pistón para ajustar su gravedad específica. La invención da testimonio de un auténtico genio inventivo; aunque solamente podemos ser escépticos sobre su fiabilidad.
Conviene rendir homenaje al genio comercial del inglés John Lethbridge, quien, en 1715, tomó por su cuenta, más o menos tal y como era, la idea de la combinación de Kyeser. Y le sirvió para hacer fortuna. Pero no enriqueció en absoluto la técnica de la escafandra, no más que la invención del alemán K. H. Klingert, quien, en 1797, combinó la escafandra de Lethbridge con el depósito de aire dorsal de Borelli.
Quién inventó la escafandra de buzo
El inventor de la escafandra de buzo fue el alemán Augustus Siebe en 1819. Se trataba de un casco metálico ajustado a un traje de cuero y, sobre todo, que se alimentaba de aire con una bomba de presión.
El aire inyectado mantenía el nivel del agua por debajo de la barbilla del submarinista, con la condición de que éste permaneciera vertical. Con este traje, tal y como era, se consiguió finalmente trabajar bajo el agua. Fue mejorado por el mismo Siebe en 1830. Esta vez el traje de buzo era completo y estanco. Y, el casco estaba dotado de una apertura para el escape del aire.
Esta invención rindió un servicio incalculable en la construcción y en trabajos de reparación marítimos y de obras de arte. Siebe no dejó de perfeccionarla hasta su muerte en 1872. La escafandra de Siebe pudo utilizarse a gran escala hasta una profundidad del orden de 100 metros, gracias a un sistema de bombeo inventado por los franceses Rouquayrol y Denayrouze en 1864.
Hasta la segunda mitad del siglo XIX, gracias a los trabajos del francés Paul Bert, expuestos en su compendio La Pression barométrique de 1878, no se comprendió que la inmersión con alimentación simple de aire por debajo de los 5 metros planteaba peligros que aumentaban con la profundidad.
Los submarinistas que descendían entonces mucho más abajo, al subir tenían problemas nerviosos, a veces problemas mortales. Esto era causado por dos motivos:
- En primer lugar por la inyección forzosa de gas carbónico en los tejidos por efecto de la presión
- En segundo lugar, durante la descompresión, por la formación de bolsas de nitrógeno en los tejidos.
Hubo que esperar el comienzo del siglo XX, para comprender la necesidad de una descompresión gradual, y para calcular la mezcla gaseosa específica de la inmersión.
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