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CurioSfera Historia

Batalla de Manzikert (1071)

La batalla de Manzikert o Malazgirt tuvo lugar el 26 de agosto de 1071 entre los turcos seyúcidas y los bizantinos. El combate tuvo lugar cerca de Manikert, actual Malazgirt (Turquía). Las tropas bizantinas, comandadas por el emperador Romano IV Diógenes, fueron derrotadas por los seyúcidas, comandadas por el sultán de Bagdad Alp Arslan. En CurioSfera-Historia.com, te contamos la historia de la batalla de Manzikert.

Ver la rebelión de Nika

Datos de la batalla de Manzikert

  • Fecha: 26 de agosto de 1071.
  • Lugar: Cercanías de Manzikert, actual Malazgirt, este de Turquía.
  • Combatientes: Turcos selyúcidas contra bizantinos.
  • Unidades: Los turcos contaban con 40.000 soldados, caballería casi en su totalidad, especialmente arqueros a caballo. Los bizantinos entre 160.000 y 200.000 soldados nativos (guardas varangianos, armenios, sirios, mercenarios), caballería pesada franca, alemana y normanda.
  • Objetivo: El control y domino de Anatolia.
  • Resultado: Los turcos selyúcidas vencieron la batalla de Manzikert.
  • Personajes protagonistas: El sultán selyúcida de Bagdad Alp Arslan (1063-1072), y el emperador bizantino Romano IV Diógenes (1067-1071).
  • Bajas: en las tropas selyúcidas un número desconocido de bajas. En los bizantinos 40.000 muertos y 400 prisioneros.
  • Consecuencias: El sultán selyúcida de Bagdad, Alp Arslan, derrotó al emperador bi­zantino Romano IV Diógenes. Abrió el camino a la dominación turca de Anatolia y desencadenó la llamada bizantina de socorro que daría paso a la Primera Cruzada en 1095.

Antecedentes

Los turcos eran un pueblo pagano de la estepa que atacaron al Islam en su frontera septentrional. Muchos de ellos, brillantes arqueros a caballo, pasaron a servir al califa de Bagdad y a otros potentados musulmanes.

El contacto prolongado convirtió a los turcos al Islam. Bajo el mandato de la familia selyúcida, se trasladaron al mundo árabe y arrebataron el poder al califa en Bagdad (1055). El miembro destacado de la familia selyúcida gobernaba como Sha.

Muchas tribus mostraron su desacuerdo con la dominación selyúcida y atacaron Bizancio, donde su celo de musulmanes recién convertidos revistió con un manto religioso su habitual costumbre de atacar por sorpresa. En 1057 saquearon Melitene (Malatya); en 1059, Sebasteia (Sivas), y a principios de 1060 arrasaron Anatolia oriental.

Estos hechos se produjeron en un momento difícil para el Imperio bizantino. Su dominio en el sur de Italia estaba amenazado por los mercenarios normandos rebeldes, mientras que los Patzinacks de la estepa atacaron los Balcanes.

La dinastía macedonia se había extinguido poco después de la muerte de Basilio II (976-1025), y no surgió ningún emperador dominante capaz de imponer su dinastía. Como resultado, se produjo una gran rivalidad entre las grandes familias nobles.

En el período comprendido entre 1028 y 1057 se produjeron al menos treinta rebeliones, y las fronteras quedaron desguarnecidas de tropas que se encargaron de sofocarlas. En Anatolia oriental, el débil gobierno central dio pie a los conflictos, ya que los numerosos cristianos armenios y sirios temían que Constantinopla intentase imponerles la unidad religiosa.

El ejército imperial era una fuerza mercenaria y extremadamente cara, de manera que el gasto militar se recortó o se aumentó a antojo de los emperadores. Constantino X Ducas (1059- 1067) era el cabeza de una gran familia noble. En su lecho de muerte traspasó sus poderes a su esposa para que gobernase en nombre de su hijo.

Sin em­bargo, el gobierno de una mujer en tiempos tan di­fíciles no resultaba aceptable, y se casó con su gene­ral de éxito, Romano IV Diógenes. La familia Ducas le consideró un mero guardián de su sucesión, aun­que empezó a temer por su posición cuando el ge­neral tuvo dos hijos propios.

Contexto de la batalla

El prestigio de Romano dependía de su éxito en su relación con los turcos. Se le sugirió que redujese a desierto las provincias orientales por las que pasase, pero se negó: Romano prefirió obligar al Sha a re­primir a los invasores atacando Siria con grandes ex­pediciones militares, como las que tuvieron lugar en 1068 y 1069.

Alp Arslan estaba ocupado atacando Egipto, donde un califato disidente había formado un centro de poder rival, y no tenía ningún deseo de entrar en guerra con Bizancio. Sin embargo, cuan­do Romano organizó una gran expedición en 1071, no pudo ignorar la amenaza.

En aquella ocasión se reunió un enorme ejército bizantino, una fuerza mix­ta de levas nativas y mercenarios compuesta por en­tre 160.000 y 200.000 hombres. Entre las unidades na­tivas, la guardia varega del emperador y algunos otros hombres destacaban por su calidad, pero los arme­nios y los sirios eran soldados sin convicción.

Entre los mercenarios se encontraba caballería pesada franca, germánica y normanda, así como caballería ligera turca. Durante la marcha, los germanos atacaron al emperador en reclamo de sus salarios. Además, se produjeron enfrentamientos frecuentes con los ar­menios locales.

La batalla

Antes de que atacase Manzikert, donde la resistencia era débil, Romano envió a sus mejores tropas a Chlihat al mando del general José Tarcaniotes. Éste dividió a su ejército porque creía que Alp Arslan se batía en retirada.

En realidad, el sultán reunió a una pequeña pero eficaz fuerza de caballería turca y sorprendió a las tropas de Romano, cuya preocupación aumentó ante la deserción de numerosos integrantes de sus propias tropas turcas.

Sin embargo, Alp Arslan estaba al tanto de su debilidad y se ofreció para ne­gociar. Romano, en cambio, necesitaba una victoria para apuntalar su prestigio, y sabía que los turcos eran pocos. Así, desplegó a su ejército con Nicéforo Brienio en la izquierda, él mismo en el centro y un lí­der llamado Alyattes en la derecha. Andrónico Ducas comandaba la reserva. El ejército avanzó con la ca­ballería al frente y, ampliamente supera­dos en número, los turcos se retiraron.

A medida que se acercaba la tarde, Romano dio la orden de regresar al campamento, y su división le obedeció. Los más alejados de Romano no sabían qué se esperaba de ellos y creyeron la historia di­fundida por Andrónico en su huida según la cual el emperador había sido derrotado.

Estas confusiones aumentaron las tensiones dentro del ejército y co­menzó una huida general encabezada, según se ha difundido, por los armenios. Los turcos, sorprendi­dos, exterminaron a las tropas que huían, mientras Romano y su división lucharon con todas sus fuer­zas (aunque al final tuvieron que rendirse).

La fuerza principal del ejército bizantino en Chlihat, incluyen­do a los francos, los normandos y los germanos, huyó al escuchar que Alp Arslan estaba cerca. La derrota bi­zantina ilustra las dificultades de controlar un ejérci­to numeroso (en este caso, empeorado por su natu­raleza diversa y por las fuerzas de la traición).

Consecuencias y repercusiones

Aunque Manzikert supuso un gran fracaso, no tenía por qué implicar consecuencias graves. Alp Arslan li­beró a Romano a cambio de recibir tributo y des­mantelar las fortalezas bizantinas. Sin embargo, los enemigos del emperador le dejaron ciego, renun­ciaron al tratado y reconocieron a Miguel VII Ducas como emperador. No fue un gobernante con mano firme. El imperio se dividió entre familias enemistadas que frecuentemente recurrían a los turcos.

Anatolia se entregó a varios señores de la guerra turcos. Los selyúcidas disidentes gobernaron los prin­cipados más grandes, con sede en Nicea e Iconium (ac­tual Konya); los Danishmends controlaron la zona en torno a Erzincan; los Menguchekids se hicieron con el poder en Erzurum, y un príncipe turco tomó pose­sión de Esmirna y Éfeso.

Alexis Comnemo (1081-1118) logró mantener unido el imperio mediante una alian­za con las otras grandes familias. El imperio siguió siendo rico, pero Alexis carecía de tropas y por ello vio frustrados sus intentos de reconquistar Anatolia.

Cuando el gran sultanato selyúcida de Bagdad em­pezó a desintegrarse, después de 1092, Alexis pidió al papa Urbano II (1088-1099) que le ayudase a re­clutar mercenarios ejerciendo su influencia en los oc­cidentales con historias terribles sobre los sufrimientos de los cristianos bajo el yugo islámico. Esta petición inspiró a Urbano II a convocar la Primera Cruzada, que tendría consecuencias importantes para el Im­perio bizantino.

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