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Historia de la guerra química

El inicio de la guerra química o guerra con gases de combate lo encontramos en la Primera Guerra Mundial. Fue prohibida desde sus comienzos por las devastadoras consecuencias, ya que provocaba miles de muertos fácilmente. No obstante, muchos países han empleado armas químicas. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos la historia de la guerra química y quién fue su inventor.

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Origen de la guerra química

La guerra química con gases de combate entra en la historia en Ypres, una pequeña ciudad del sur de Bélgica, situada a unos 50 km al noroeste de Dunkerke. La ciudad, cer­cana a la zona donde se encuentran cara a cara las trincheras alemanas y aliadas, es objeto de constantes combates entre 1914 y 1918.

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El objetivo de los alemanes en dicha región es contornear las líneas enemigas por mar para atacar a los aliados por la espalda. Ya han per­dido en esta empresa 135000 hombres duran­te una primera ofensiva mal preparada y eje­cutada. Pero vamos por partes. Lo primero que debes saber es que la guerra química nace en los laboratorios. Pero, ¿Quién inventó los gases de combate?

¿Quién inventó la guerra química?

El padre o inventor de la guerra química es el químico alemán Fritz Haber en 1914. Es el hombre responsable de la concepción del gas de combate utilizado en Ypres, aquel al que podría­mos otorgar el titulo nada envidiable de padre de la guerra química».

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Fritz Haber es el padre de los gases de combate en 1914

En 1914, Fritz Haber es un brillante químico industrial de 40 años que trabaja como director en el Kaiser Wilhelm Institut de Berlín. Es también un ferviente patriota, por lo que acepta gustoso la propuesta del ministro de la guerra alemán, Ench von Falkenhayn, de tra­bajar sobre el tema de los gases tóxicos.

Fritz Haber se pone manos a la obra con entusiasmo y consigue producir cloro en un tiempo récord: entre el otoño de 1914 y enero de 1915.  Como es un técni­co muy responsable, supervisaría personalmente el pri­mer ataque de Ypres y después de éste, muchos más.

Su mujer Clara Immerwahr, también química y de un talento considerable, hace lo imposible para convencerlo de que no continúe sus investigaciones, pues las considera criminales y contrarias a la ética científica más fundamental.

Pero Haber se niega a escucharla en nombre de los intereses superiores del país. Presa de desespera­ción y para protestar contra una actitud tan indig­na, Clara se suicida una noche de 1915, el mismo día en el que Haber dirige un ataque con gases en el frente este.

En 1918 Fritz Haber obtie­ne el premio Nobel de química por su síntesis del amoníaco y la indignación en el mundo científico es general. El New York Times se preguntaba qué motivos había para no entregar el premio Nobel de literatura… al hombre que redactaba los comunicados del general Ludendorff.

La primera guerra química: Ypres, 1915

El 22 de abril de 1915, durante la Primera Guerra Mundial, un violento bombardeo alemán confina al fondo de sus trincheras a los combatientes franceses y africanos de los puestos más avanzados. Después, a una señal del comandante, el cuerpo de zapado­res de la ingeniería alemana abre las válvulas de 6000 cilindros repartidos en un frente de 6 km que desprenden 1160 toneladas de cloro, un gas mortal en concentraciones muy débiles.

Ayudado por un viento favorable, este gas llega rápidamente a las líneas aliadas, donde provoca una sorpresa total, mata 5000 hom­bres y deja fuera de combate a otros 10000.

El comandante alemán Falkenhayn hubiera podido cruzar las líneas aliadas en ese momento y llegar a los puertos del canal de La Mancha, pero no había previsto un éxito tan grande y no disponía de reservas para llevar a cabo el asalto, por lo que no pudo reaccionar. Hizo repetir la misma acción 36 horas más tarde, mientras los aliados intentaban cubrir la brecha provocada por el ataque. De nuevo cayeron 5000 hombres.

Por otro lado, los alemanes acusan a los fran­ceses de ser culpables de la primera utiliza­ción de gases asfixiantes en agosto de 1914, cuando lanzaron gases lacrimógenos sobre sus líneas. A lo que los franceses replican que los propios alemanes experimentaron con dicho gas, a principios de 1915, en los frentes ruso y occidental.

Por lo que se ve, la propaganda de guerra fun­ciona a la perfección. En cuanto a los que se encargaron de concebir los gases en los labo­ratorios químicos, justifican su acción argumentando que este tipo de arma; disminuiría la duración de la guerra y permitiría salvar vidas humanas.

La prohibición de los gases de combate

Según la declaración de La Haya de 1899 res­pecto a los gases asfixiantes, firmada por todos los beligerantes, la utilización de «pro­yectiles cuya finalidad es la difusión de gases asfixiantes deletéreos» se prohíbe estricta­mente.

En consecuencia, la anulación de facto de la convención de La Haya se produce en virtud de un racionamiento basado en un error de forma: los alemanes objetan que no tiraron «proyectiles» sino una nube de gas. Por consiguiente, no vulneraron el texto de la Declaración. Además, afirma el periódico ale­mán Kölnische Zeitung, ese método no tiene nada de inhumano; al contrario, representa una forma «extraordinariamente suave de hacer la guerra».

Evolución de la guerra química

Ypres marca un giro en la historia de la Primera Guerra Mundial. El resultado «positi­vo» obtenido por el ejército alemán les anima a seguir la vía de la guerra.

¿Qué provocó la guerra química?

Por lo que respecta a los aliados, desarrollan a marchas forzadas tanto su capa­cidad defensiva como ofensiva. Así, a medida que la guerra avanza los métodos de protec­ción ganan en eficacia. Cada bando intenta tomar la delantera introduciendo nuevos tipos de gas, más poderosos y menos volátiles. Después del cloro se utilizó fosgeno, diez veces más tóxico que el cloro en concentraciones ínfimas y extraordi­nariamente difícil de detectar. Cerca de 80% de las pérdidas humanas debidas a los gases de combate son obra del fosgeno.

La evolución de los gases de combate fue vertiginosa. Después del fosgeno, llegaron el difosgeno líquido, que se hidroliza en fosgeno. Poco después la cloropicrina, que satu­ra las máscaras de gas en virtud de su inercia química a los productos neutralizantes que éstas contienen, y sobre todo la yperita o gas mostaza, que recibe este nombre por el olor picante que desprende

El gas mostaza se introdujo en 1917, de nuevo en Ypres, el 11 de julio, y su efecto devastador y retardado escandaliza la opinión pública. Su utilización provocó que Estados Unidos decidiera constituir su propio arsenal de armas químicas.

En total, entre 1915 y 1918 se fabrican 113000 toneladas de gas toxico en los dos bandos, de las que se utiliza la mitad. En cuanto al número de víctimas, al final de la guerra se estableció en 1,3 millo­nes de hombres aproximadamente, de los que murieron 91 000: Alemania, Francia y Gran Bretaña cuentan respectivamente con unos 200000 gaseados, Rusia cerca de 500000

La guerra química en la actualidad

En los años 1980 la guerra química vuelve a un primer plano. Desde la Primera Guerra Mundial las armas químicas son utilizadas de nuevo en la guerra entre Irán e Irak. Posteriormente, en 1988, Iraq las lanza sobre su minoría kurda.

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Si no fueron utilizadas en la gue­rra del Golfo, en 1991, a pesar de las amenazas reiteradas de Saddam Hussein, fue porque los estadouniden­ses previnieron de un modo categórico al régimen irakiano que no excluían cualquier tipo de respuesta, incluyen­do la bomba nuclear, si se empleaba este tipo de armas.

Hitler tampoco utilizó los gases de combate durante la Segunda Guerra Mundial a pesar de que Alemania poseía stocks importan­tes. Los aliados le habían advertido que responderían de la misma forma y Hitler, que había sido gaseado en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, conocía demasiado bien lo que significaba una guerra de este tipo.

Los acuerdos internacionales. En enero de 1993, más de 115 países -entre ellos las grandes potencias mundiales- firmaron en París un tratado que prohíbe el uso de gases tóxicos. Al mismo tiempo, se comprometían a destruir sus existencias de armas químicas.

Este tratado, que sustituye al de Ginebra (1925), es considerado como el más restrictivo que se haya firmado nunca. Por su parte, la guerra bacterio­lógica está totalmente prohibida por la Convención sobre armas biológicas de 1972.

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