La utilización de la electricidad con fines terapéuticos, ha precedido de lejos a la comprensión y al dominio de los fenómenos eléctricos. Pese a que pueda parecer una técnica moderna, sus antecesores se remontan a varios siglos en el tiempo. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos el origen e historia de la electroterapia, quién es su inventor y cómo ha sido su evolución.
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Origen de la electroterapia y su inventor
Fue en el siglo I cuando el médico empírico Scribonius Largus, que ejercía en Roma, hace mención del interés de las descargas eléctricas suministradas con peces torpedo en el tratamiento de enfermedades crónicas.
Aunque no se puede asegurar al 100%, con los datos que los historiadores nos han facilitado, posiblemente Scribonius Largus es el inventor de la electroterapia. Sus afirmaciones son retomadas, con algunas variaciones, por sus colegas Dioscórides, en el siglo II, Galeno de Pérgamo, pionero de la autopsia, también en el siglo II, y Paul d’Égine, en el siglo VII.
Las descargas de los peces torpedo pueden ser potentes y repetidas, tanto en el agua como al aire libre, cuando el pez acaba de ser pescado, y son más fuertes en agua tibia que en agua fría.
Se ignora totalmente el efecto que podían tener en enfermedades como las dermatosis, que no han sido identificadas, la gota, los dolores de cabeza o la melancolía. Por tanto, es difícil utilizar exactamente el término “invención” con motivo de los primeros ensayos de electroterapia. Lo cierto es que estos médicos debieron constatar algunas ventajas que en nuestros días resulta excesivamente difícil comentar.
Invención de la electroterapia moderna
En 1891, el francés Arséne d’Arsonval, brillante ingeniero en electricidad, retomó la aplicación de las comentes de alta frecuencia en pacientes afectados por “enfermedades de nutrición”, diabetes, gota, reumatismo, obesidad, etcétera. Esta terapia será continuada por D’Arsonval y sus discípulos hasta una época avanzada del siglo XX.
Actualmente no es posible pronunciarse sobre los efectos de la “d’Arsonvalización”, este fue su nombre. La razón es que, en primer lugar, las enfermedades indicadas (entre las que se incluyen también problemas cardiovasculares y respiratorios) no responden de ninguna manera a la definición que ofrecía D’Arsonval.
La diabetes podía tener orígenes múltiples, incluido el genético y el viral. El reumatismo podía ser una enfermedad autoinmune; la gota era una enfermedad del metabolismo, etc. En segundo lugar, la descripción de los efectos de la d’Arsonvalización es también muy vaga.
No queda nada más que la afirmación de que las corrientes eléctricas tienen, directamente, o por medio de los campos magnéticos que generan, efectos sobre los organismos vivos.
Los eventuales efectos de la electricidad sólo tienen una base médica verificable: la aceleración de las soldaduras óseas tras una fractura y con corrientes de muy baja frecuencia e intensidad. El efecto del electrochoque en estados psíquicos de confusión es muy discutido.
Los efectos eventuales de los campos magnéticos generados por los cables de alta tensión, que se estudian desde los años 70, parecen reales pero nocivos. Algunos efectos biológicos, a nivel de tejidos, del tipo de los grabados con la máquina de Priore, continúan sin explicación.
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