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Termas de Caracalla

Entre todas las joyas arquitectónicas del Imperio Romano, las Termas de Caracalla en Roma merecen una mención especial. Una construcción colosal y lujosa que, incluso en la actualidad, los arquitectos se plantan cómo se pudo construir con los medios técnicos de la época. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos el origen e historia de las Termas de Caracalla.

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Origen de las Termas de Caracalla

Un viajero del siglo IV quedó maravillado ante unas «termas tan grandes como todas las provincias juntas». Por aquel entonces las termas romanas gozaban de una enorme reputación en todo el Imperio. Entre ellas las más admiradas eran sin duda las que ordenara construir el emperador Marco Aurelio Antonio, mejor conocido como Caracalla.

origen Termas de Caracalla

Durante su breve reinado, entre el 211 y el 217, año en que murió asesinado, hizo gala de una notoria crueldad. Asesinó en los brazos de su madre, a su hermano menor y coheredero. Ello, no obstante, no le impidió en absoluto dejar dos legados de extraordinaria trascendencia. Político en uno de los casos (la ciudadanía romana para todos los hombres libres del Imperio), y arquitectónico en el otro (las magníficas ter­mas que llevan su nombre).

En tiempos de Caracalla, hacía por lo menos tres siglos que las termas públicas constituían un elemento indis­pensable en cualquier ciudad del Imperio Romano.

Los elemen­tos básicos de las primeras termas constaban de un ves­tuario y una sala caliente común (caldarium). Se accedía a ella, a través de otra sala con una temperatura más templada (tepidarium). En algunos casos había además una o más salas de calor seco similares a las saunas moder­nas, así como una sala fría con una piscina (frigidarium).

Estas primeras versiones de las termas solían ser de dimen­siones modestas. Estaban pobremente iluminadas y deco­radas, pues en el fondo se concebían como un servicio más para la higiene de los habitantes de la ciudad. Las termas que los emperadores construyeron en Roma satisfacían en principio esa misma función, pero en rea­lidad iban mucho más allá.

Características de las Termas de Caracalla

Las Termas de Caracalla eran con diferencia las de mayores dimensiones (ocupaban lo mis­mo que dos poblaciones pequeñas juntas) y contaban, además de con el recinto propiamente para tomar el baño, con diversas bibliotecas, salas de lectura, galerías de arte y pistas de deporte.

Termas de Caracalla plano

En sí, las termas ocupaban la mayor parte del espacio y albergaban diversas piscinas de tamaño olímpico, así como varios frigidariums de 59 m de largo (200 pies romanos). Todo ello convenientemente iluminado por medio de enormes ventanales esmaltados. La totali­dad de los suelos y muros estaba recubierta con mármo­les preciosos procedentes de todo el Imperio. Los mosai­cos de cristal de las hornacinas y las bóvedas reflejaban el agua que circulaba por doquier.

El recinto estaba reple­to de estatuas. Destacaba la enorme reproducción de 4 metros de alto de Asclepio, el dios romano de la salud cuyo retrato en oro presidía todo el recinto. Ante tal derroche de lujo, el ciudadano romano lo único que podía hacer era caer rendido ante el poder absoluto y divino del emperador que había cedido su nombre a las termas.

Proceso de construcción de las Termas de Caracalla

Por mucho que este tipo de construcción resultara ideal para proyectos de gran envergadura, no deja de ser sorprendente que todos los cimientos así como el edificio central de las termas se completaran durante los seis años de reinado de Caracalla.

termas de caracalla tipo de edificio

Es evidente que un pro­ceso de construcción tan rápido como éste sólo pudo darse como consecuencia de una eficien­te gestión de las enormes cantidades de mate­rial y mano de obra que se implicaron. Así co­mo, de los innumerables problemas asociados a la logística de un proyecto de tal envergadura. A la hora de acondicionar el terreno, el primer paso consistió en disponer este último en las diversas terrazas que habían de albergar los cimientos. En el caso del edificio central alcanzaron los 6,5 m de profundidad.

Para ello, fue preciso remover 500.000 m3 de arcilla con la simple ayuda de picos, palas y cestos (no se tiene evidencia alguna de que los romanos utilizaran por entonces la carretilla). Encima de los cimientos se levantaron unos sólidos muros de 8 metros de alto sobre los que debía descansar la superestructura.

Estaban conectados entre sí por multi­tud de pasillos de mantenimiento y canales de desagüe. En la zona del recinto que quedaba al aire libre se exca­varon unas galerías de servicio lo bastante anchas como para que pudieran pasar por ella dos carros uno al lado del otro. Lo que en total sumaba más de 6 km de pasillos y túneles.

Obviamente, todos éstos se tuvieron que excavar a mano y rellenar con materiales inertes, de modo que tan sólo tres años después de iniciarse las obras, con cerca de tres millones de días de trabajo empleados, pudo pasarse a la construcción de las termas propiamente dichas. Éstas tenían una altura mínima de 22 m, cifra que en el caso del frigidarium y el caldarium aumento hasta los 44 m.

Materiales empleados

De todas las grandes termas imperiales, son sin duda las de Caracalla las que mejor se han conservado. Fue uno de los proyectos arquitectónicos más ambiciosos jamás acometidos por los emperadores en la misma Roma.

Consistía de una imponente extensión de planta cuadrangular de 323 m aproximadamente, dominada por el recinto central que albergaba las termas propiamente dichas, de 218 x 112 m. A lo que había que añadir el anexo circular del caldarium, que ocupaba el equivalente a tres cuartas partes el diámetro del Panteón de Roma.

El material base que se empleó tanto para los muros como para las bóvedas fue una mezcla de mortero y cascotes de toba blanda volcánica del tamaño de un puño, sobre los que se extendió una delgada capa de ladrillo a modo de recubrimiento.

El mortero, a su vez, se compo­nía de una parte de cal muerta de alta calidad y dos partes de pozzolana. Y, una arena de origen volcánico, el legenda­rio “ingrediente mágico” que proporcionaba al mortero romano su inconfundible robustez.

En los cimientos se reemplazó la toba por el basalto para ganar en solidez, mientras que en las bóvedas se optó por la piedra pómez por su enorme ligereza. Este tipo de construcción comportaba además toda una serie de ventajas de tipo logístico, ya que no se reque­ría de una mano de obra demasiado cualificada a la hora de extraer los maternales o ejecutar la misma construcción.

Por otro lado, todos los materiales, a excepción de la mez­cla del mortero, se podían preparar con antelación y sin necesidad de estar a pie de obra. Asimismo, el hecho de que los motivos decorativos fueran de pequeñas dimen­siones facilitaba sobremanera su colocación, que podía llevar a cabo perfectamente un solo hombre.

Arquitectura de las Termas de Caracalla

Para que las obras del recinto entero se completaran en seis años, fue preciso construir el edificio central de un tirón, lo que obligó a trabajar codo con codo a miles de hombres  a los que, durante los períodos más intensos de trabajo, se debieron de sumar otros 4.500 más.

Ciertamente, no debió de resultar nada fácil coordinar una cantidad tan ingente de mano de obra, si bien las propias ruinas apur­an valiosa información al respecto. Aunque el conjunto de las obras presenta una homogeneidad asombrosa y resulta muy difícil identificar las portaciones individuales de cada grupo de trabajo, se aprecian sin embargo ciertas diferencias.

Se pueden apreciar en detalles tales como la colocación de los desagües, la construcción de las escaleras o la misma distribución de los materiales. Todo ello permite deducir que la obra se dividió en dos mitades, cada una de las cuales estaba a cargo de un «jefe de obras» con sus respectivas maneras de proceder.

Dado que las hiladas horizontales de bipedales, ladrillos planos de grandes dimensiones (2 pies romanos cuadrados), se colocaban con una separación constante entre sí de 4,5 pies romanos, no hacía falta tomar medidas desde el suelo a la hora le dejar los huecos para los alféizares de las ventanas, los dinteles de las puertas, las ménsulas o el nacimiento de las bóvedas.

Por otro lado, esas mismas hiladas permitían proseguir la construcción en vertical en aquellos casos en que, por ejemplo, había que realizar una regata a modo de comprobación en un nivel inferior del muro.

El ritmo de construcción dependía en gran medida de la puesta en práctica de recursos tan eficientes como este. Un proyecto de gran envergadura como las termas planteaba también no pocos problemas de acceso a la superestructura.

Dada la considerable altura de la obra, se tuvo que instalar un complejo sistema de andamiaje que se sujetaba a los muros mediante una serie de pequeños soportes horizontales, de los que se han conservado los agujeros en los que iban clavados. Se calcula que fueron precisos cerca de cien mil postes. Éstos constituyeron uno más de los innumerables complementos que se necesitaron para la construcción de las termas de Caracalla.

Por otro lado, se requirieron enormes grúas que se accionaban mediante ingeniosos mecanismos para elevar la madera necesaria para construir el armazón sobre el que descansaban las imponentes bóvedas de hormigón del frigidarium y el caldarium.

Del mismo modo, se emplearon para colocar las columnas de granito que decoraban el frigidarium, de 2 m de alto y casi cien toneladas de peso cada una. En ese sentido, otro problema logístico no menos importante que hubo que resolver fue encontrar un espacio lo suficientemente amplio como para dar cabida a las enormes columnas y los distintos armazones de madera.

Las junturas de la obra indican que el edificio central se cons­truyó por partes. Los materiales se guardaban en los amplios espacios interiores que se iban formando, como el frigidarium, la piscina o las dos pistas de deporte. Al tiempo se dejaban aberturas provisionales en los muros.

Las terrazas con columnas de los patios interiores se colo­caron en el último momento. Se garantizó la estabilidad de las bóvedas mediante unos tirantes de hierro. Éstos se afianzaron a unos bloques de piedra que se insertaban a su vez en los mismos muros a la altura de la terraza durante la pri­mera fase de construcción, en lo que bien podría considerarse como el primer antecedente del moderno hor­migón armado.

Se sabe que las termas contaban con una gran abundancia de trabajos en metal. Tal como nos recuerda la des­cripción de la misteriosa cella solearis, (probablemente se trate del caldarium), alude a lo que tal vez fuera una especie de celosía ornamental en bronce dorado.

En definitiva, las termas de Caracalla ilustran, con sus enormes dimensiones y todo lo que estas conllevaron, hasta qué punto los arquitectos romanos fueron capaces de llevar a su máxima expresión los conocimientos arquitectónicos de la época. Al tiempo, que plasmaban en piedra un inequívoco mensaje del poder imperial de Roma.

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