Probablemente, no haya en toda la antigüedad obra de ingeniería hidráulica equiparable a los acueductos romanos. Estas construcciones de piedra servían para abastecer de agua a las ciudades romanas. Se construyeron muy sólidos, tanto, que algunos han llegado hasta nuestros días con casi 2.000 años de antigüedad. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos la historia de los acueductos romanos.
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Origen y función de los acueductos
El agua ha sido siempre un elemento indispensable en la vida cotidiana, tanto más en la región del Mediterráneo, con sus largos veranos, tan calurosos como secos. En poblaciones de modestas dimensiones, el abastecimiento de agua se reducía a la mínima expresión, y se llevaba a cabo por lo general mediante simples fuentes, pozos y cisternas subterráneas.
Ahora bien, el crecimiento de los centros urbanos del Imperio romano multiplicó las necesidades de provisión de tan preciado recurso. Ya en el siglo V a. C. algunas de las principales polis griegas se abastecían de manantiales lejanos por medio de acueductos. En cambio, el primer acueducto romano de la historia se remonta al año 312 a. C. y seguía las pautas establecidas por los arquitectos griegos de entonces.
Hacia mediados del siglo I Roma contaba con nueve acueductos. Sobre ellos, el distinguido senador romano y cónsul Sexto Julio Frontino escribió un detallado tratado en tanto que era curator aquanun (responsable máximo de la red de agua).
A esos nueve se les sumarían con el tiempo otros dos acueductos, que juntos sumaban un total de 450 kilómetros. Gran parte de los datos que conocemos acerca de dichos acueductos se los debemos al propio Frontino, aunque las cifras que aporta no siempre resultan fiables.
En cualquier caso, según cálculos realizados, se sabe que un habitante de la antigua Roma tenía a su disposición más litros de agua de media que uno de la Roma actual, aunque tal comparación no resulta del todo apropiada, ya que no toda el agua de los acueductos se destinaba para el consumo directo de los habitantes romanos, sino que tenía otros muchos usos.
Así, una gran parte servía para abastecer el riego de los jardines situados en las afueras de la ciudad, a lo que había que añadir la dedicada a usos industriales y, cómo no, la creciente cantidad de agua que consumían las lujosas termas públicas (por ejemplo las termas de Caracalla).
Por otro lado, disfrutar de agua corriente en la propia casa era todo un lujo (había que pagar elevados cánones y solicitar incluso un permiso al senado romano), de ahí que el consumo de las fuentes y estanques públicos fuera cuantioso.
En otras partes del Imperio, los acueductos disfrutaban de un enorme prestigio y, a menudo, los costeaban benefactores ricos con motivo de la construcción de un nuevo recinto de baños públicos. Los tramos que entraban en la ciudad solían estar decorados con espectaculares fuentes como símbolo de la magnificencia y rango social de los benefactores que habían sufragado sus obras
Funcionamiento
Prácticamente todos los acueductos de la antigüedad funcionaban de acuerdo con el principio de la gravedad. Según este, el único requisito era que la fuente de provisión de agua se encontrase situada más arriba que la ciudad a la que abastecía.
Por lo tanto, el recorrido seguido por el acueducto debía seguir siempre una pendiente hacia abajo, de manera que el agua circulase de un punto a otro por el simple efecto de la gravedad hasta alcanzar la población. El agua circulaba a través de un canal de forma rectangular revestido de cemento impermeable fabricado con cal y terracota. Dicho canal iba cubierto para, de este modo, preservar el agua en condiciones, pero no estaba sellado a presión como en el caso de los canales modernos.
La pendiente debía mantenerse al mínimo para que el agua no limpiase la base del canal, pero había de ser lo bastante inclinada como para garantizar el flujo de la misma. Según fuentes antiguas, la pendiente mínima debía de oscilar entre 1 x 5.000 y 1 x 200.
En cambio, los ejemplos de acueductos que nos han llegado hasta la actualidad varían del 1 x 40 de los 6 primeros kilómetros del acueducto de Cartago hasta el 1 x 14.000 que presenta un tramo de 10 km del acueducto de Nimes.
Este sistema basado en el principio de la gravedad significaba que ningún tramo del canal podía situarse por encima de la fuente de provisión, de ahí que en tantas ocasiones el acueducto hubiera de rodear o atravesar obstáculos como las mismas montañas.
Construcción
Siempre que era posible, el acueducto se excavaba en el mismo suelo, pero a su paso por valles y depresiones del terreno se solían construir sólidas estructuras de ladrillo para mantener una pendiente uniforme. En el caso de pendientes escalonadas, se introducían a veces tramos de caída vertical a modo de cascadas, pero siempre de pequeñas dimensiones.
Tal requisito entrañaba en muchas ocasiones no pocas dificultades, tal como queda de manifiesto en una larga inscripción procedente de Argelia en la que se ensalzan las obras diseñadas por un tal Nomo Datus, un ingeniero y supervisor militar romano, responsable de la construcción de un acueducto que abastecía a la población de Saldac, en la Mauritania Cacsanensis.
Según parece, durante las obras de un túnel de casi 1 km de longitud algo falló, pues los dos equipos de excavación llevaban hecho más de la mitad de dicho túnel y no se habían encontrado. Ante tal infortunio, se decidió llamar a Datus, que finalmente logró llevar a buen puerto las obras.
No cabe duda de que la excavación de los túneles ha sido desde siempre una de las partes más difíciles de la construcción de cualquier acueducto. Según un estudio realizado, se calcula que en las obras de edificación del túnel de Sernhac, perteneciente al acueducto Nemausus (Nimes), trabajaron un total de seis equipos durante seis meses en un espacio de 60 m.
No menos problemático era el caso en que había que atravesar un valle largo y profundo. En la medida de lo posible, los ingenieros romanos intentaban rodear la cabeza del valle, ya que era la solución más sencilla y económica.
La otra opción consistía en construir un puente como el Pont du Gard sobre el río Gardon, por el que pasa el acueducto de 50 km que abastecía a la población de Nimes. Con sus casi 49 m de altura y una luz central de 24,5 m, el Pont du Gard es tal vez el más espectacular de todos los puentes para acueductos obra de los romanos, pero no fue el único.
No menos espectaculares son los restos que nos han llegado de numerosas estructuras kilométricas con arcos como las de los mismos acueductos que abastecían a Roma, visibles aún hoy en día en los campos de Campania. Dichos arcos servían para reducir la cantidad total de material de construcción. Pero también para permitir el paso de personas y vehículos en aquellos tramos que atravesaban campos o núcleos de población.
Era habitual que los últimos tramos de los acueductos descansasen sobre arcos, ya que muchas poblaciones solían hallarse en lo alto de una colina, de ahí que el canal tuviera que discurrir a una altura considerable para mantener la pendiente. El resultado acostumbraba a ser realmente espectacular, como es el caso del célebre acueducto de Segovia, de tres pisos.
Otra solución para atravesar los valles, empleada sobre todo en aquellos casos en los que las depresiones eran demasiado profundas como para salvarlas a través de un puente, era recurrir a un sistema estanco a presión mediante un sifón invertido.
Según este procedimiento, el agua se transportaba por medio de una batería de conductos de plomo. Dichos conductos, discurrían entre el salto de cabeza, situado en la parte más alta, el fondo del valle y un tanque receptor ubicado en el otro extremo del valle a una altura algo menor, al que ascendía el agua empujada por su propia presión para continuar su trayecto por el acueducto.
Tanto en Aspendos, en la actual Turquía, como en Lyon, Francia, se han conservado magníficos ejemplos de estos sifones. Se han encontrado conductos de hasta 0,3 m (1 pie romano) de diámetro con los que se podían salvar desniveles de hasta 100 m (300 pies romanos).
Distribución del agua
A la entrada de la población había un depósito de distribución (castellum aquae) que canalizaba el agua a través de una serie de conductos principales equipados con compuertas para regular el flujo de agua, de manera que en caso de reparación se pudiese cerrar la parte correspondiente.
Los conductos eran por lo general de plomo, aunque también los había de terracota y madera, estos últimos sobre todo en las provincias noroccidentales. Discurrían por encima de las calles o de las superficies pavimentadas, y transportaban el agua bajo presión por medio de un sistema estanco.
En Pompeya, el agua se canalizaba a una serie de depósitos situados en lo alto de unas torres para dotar de mayor presión a la red. Es probable que, tal como sugiere Vitruvio, el célebre teórico romano de la arquitectura, los conductos más pequeños se dispusieran de tal modo que, en caso de sequía, se pudiera cortar primero el suministro para consumo privado.
Posteriormente, el de las termas y el resto de edificios públicos, dejando para las fuentes públicas la única agua disponible. Ninguna casa de Pompeya estaba a más de 50 m de distancia de una calle equipada con una fuente, así que la población estaba siempre abastecida de agua fresca.
Analizados por separado, cada uno de los diferentes elementos de que se compone un acueducto es motivo de admiración. Pero es precisamente la extraordinaria capacidad de organización y el indiscutible genio de que hicieron gala los ingenieros romanos lo que nos lleva a afirmar, tal como hicieran Plinio el Viejo y Frontino, que el conjunto de los acueductos romanos fueron sin lugar a dudas una de las mayores maravillas de toda la antigüedad.
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