El templo de Artemisa se incluyó entre las siete maravillas gracias a la majestuosidad de sus formas arquitectónicas y sus imponentes dimensiones. No en vano fue el templo más grande jamás construido por los griegos, mayor incluso que el propio Partenón de Atenas. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos el origen e historia del Templo de Artemisa, sus características y construcción.
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Origen e historia del templo de Artemisa
Construido en las proximidades de Éfeso, en la costa jónica de la actual Turquía, tanto el templo como la propia ciudad prosperaron enormemente al calor de los innumerables visitantes que acudían atraídos por la majestuosidad del santuario. Centro de culto de una misteriosa diosa (la “Diana de los efesios”) que, si bien acabaría asimilándose a la Artemisa griega, tenía en realidad sus orígenes en una antigua divinidad de Anatolia.
El templo de Artemisa no solo fue el mayor templo jamás erigido por los antiguos griegos, sino que además fue uno de los primeros en construirse enteramente con mármol. Para su construcción, hacia el 550 a. C., se eligió el emplazamiento de un santuario preexistente, y fue sufragado por Creso, rey de la vecina Lidia, poseedor de una inmensa fortuna.
Sin embargo, en el 356 a. C. el templo fue incendiado por un pirómano que pretendía pasar a la posteridad. Esto obligó a levantar unas décadas más tarde, un nuevo templo sobre los restos del primero, que se intentó imitar fielmente. El templo restaurado sobrevivió hasta la época romana y provocó la admiración de cuantos contemplaban su majestuosidad y riqueza, como fue el caso del historiador Plinio.
Características
El templo original medía 55 x 110 metros a partir del último peldaño de la escalinata de acceso, y estaba flanqueado en tres de sus lados por una doble fila de columnas, así como por un pórtico, también con columnas, en cada lado de la entrada.
En la reconstrucción del siglo IV a. C., se aprovecharon los cimientos, así como ciertos elementos de la estructura principal del templo primitivo, pero en esta ocasión se alzó unos dos metros sobre una plataforma rodeada por un tramo de escalinata. Las bases del total de 36 columnas de la entrada se decoraron con relieves, hecho éste atípico en la tradición arquitectónica griega, y el fuste mismo de las columnas se decoró con acanaladuras poco profundas.
En la parte superior del templo, justo por encima de las columnas, había un friso con gárgolas esculpidas con la forma de una cabeza de león. Entre columna y columna podía llegar a haber hasta más de 6,5 metros, de lo que se desprende que algunos bloques de piedra debían tener hasta 8,75 metros de largo, toda una hazaña para la época.
El frontón contaba con tres ventanales de grandes dimensiones, de las cuales la del medio servía para que los fieles pudieran contemplar la imagen de la diosa Artemisa desde el mismo altar, un espléndido edificio con columnas independiente del templo propiamente dicho y situado frente a éste.
Construcción
La experiencia del mismo Chersiphron, el arquitecto de la primera versión del templo, nos proporciona una idea de lo ambicioso de tan singular proyecto, ya que, según se cuenta, estuvo a punto de suicidarse ante la dificultad de elevar el imponente dintel de la entrada.
Se sabe que los antiguos griegos utilizaban grúas desde al menos el 515 a. C. Pero en este caso el problema era que los bloques que se teman que levantar eran sencillamente demasiado pesados. Pero eso no era todo, pues Chersiphron tenía además que colocar cada uno de los bloques del arquitrabe exactamente en el lugar que le correspondía.
Para ello, construyó una rampa con sacos de arena, de forma que quedase un poco levantada con respecto a la posición definitiva de cada bloque. De ese modo, una vez situados en lo alto de la rampa, se vaciaban los sacos de la base de manera que la superficie de la rampa fuese descendiendo lentamente hasta depositar los bloques en sus respectivos lugares.
El mármol que se empleó en la construcción del templo procedía de unas canteras situadas a 11 km, una distancia lo bastante considerable como para hacer del transporte de los enormes bloques, de hasta 40 toneladas, otro reto nada despreciable.
Dada la imposibilidad de transportarlos en carro, Chersiphron hubo de idear una vez más una ingeniosa alternativa, que consistía en fijar las columnas a unos pivotes centrales dentro de una estructura redonda de madera, de manera que unos cuantos bueyes pudiesen tirar de ella como si se tratase de un inmenso rodillo.
Metagenes, hijo de Chersiphron, adaptó el ingenioso artilugio ideado por su padre para así poder transportar los bloques rectangulares del arquitrabe encajando cada uno de sus extremos en una enorme rueda de madera.
La necesidad es la madre del ingenio, de ahí que para construir un templo de tales dimensiones fuera preciso idear técnicas totalmente nuevas y originales que permitiesen transportar y elevar los gigantes bloques de mármol.
Y, si bien los métodos de Chersiphron no llegaron nunca a hacerse populares, el imponente templo que edificó ha quedado para la posteridad como testamento de su indiscutible genio. Por desgracia, pocos son los restos que se han conservado, en concreto el podio y una única columna convenientemente reconstruida.
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