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CurioSfera Historia

Ciudad Prohibida de Pekín

La Ciudad Prohibida, también llamada Palacio Imperial, fue el lujoso centro de poder de la dinastía Ming (1368-1644) y la dinastía Qing (1644-1911). Murallas, palacios, jardines y plazas construidas con el mayor de los lujos y reservadas solo para el Emperador y sus personas cercanas. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos el origen e historia de la Ciudad Prohibida de Pekín.

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Construcción de la Ciudad Prohibida de Pekín

Doscientos mil hombres trabaja­ron en la construcción de la Ciudad Prohibida, desde el año 1407 hasta el año 1420, durante el reinado de Yung-lo. Siguiendo la tradición arquitectónica china, gran parte de la obra se hizo de madera, con los árboles talados en los bosques de Yün-nan y de Szechwan. La cultura china fue una sabiduría hermética, reservada a una minoría noble y escogida. Como un lujo destinado a los hijos del cielo, se ocultaba celosamente de las miradas indiscretas.

cuándo se construyó la Ciudad Prohibida

Así nació también, en el corazón de Pekín (Pê-ching, la ciudad del norte), aquella famosa Ciudad Pro­hibida, donde sólo podían penetrar el emperador o sus dignatarios. Hasta 1912, año en que cayó la dinastía manchú después de más de dos siglos de reinado, fue un santuario cerrado a los extranjeros.

Ningún despilfarro se consideraba excesivo para este palacio, que había sido imaginado en sueños por un santo monje de la corte. Los mejores materiales y lujos se destinaban a su construcción. Según los textos religiosos, el Señor del Cielo residía en la conste­lación del Recinto Purpúreo (la Osa Mayor). Por eso la nueva ciudad imperial recibió el nombre de Tzu ching ch’eng: “la ciudad purpúrea (ch’eng) de la estrella polar (tzu) donde está prohibida la entrada (ching)».

cuándo se construyó la ciudad prohibida de pekín

El universo, para los antiguos chinos, tenía la forma de una tortu­ga: un caparazón cóncavo (el cielo) y una base esquemáticamente cuadrada (la tierra). De acuerdo con esta geometría se construyeron las murallas, las habitaciones y los palacios de la Ciudad Prohibida. La fortaleza purpúrea ocupa el centro de la ciudad de Pekín, como la estrella polar en el orden celeste.

Aunque los dirigentes de la nueva China destruyeron, en tiempos de Mao Tse-Tung, algunas de las murallas y puertas que rodeaban a Pekín, la capital de los emperadores Ming sigue siendo una ciudad mística y sagrada: la historia no ha huido todavía de esas calles por donde ayer se paseaban los espíritus del cielo.

Desde la Montaña de la Contem­plación se domina el enorme conjunto de la Ciudad Prohibida, con sus calles rectas, las murallas rojas y los tejados de afilado perfil: ‘‘Co­mo una casa soñada para la armonía universal escribe un viejo poeta o una misteriosa composición de música». Leones, dragones y otros animales simbólicos guardan celosamente los accesos a cada uno de los palacios donde vivieron el emperador, los ministros y las favoritas reales.

La ciudad prohibida es la morada del Señor del Cielo, situada en el centro de Pekín. Igual que la estrella Polar, para la cosmología china, se encuentra en el centro del universo. Actualmente, millones de visitan­tes pasean por sus calles y recorren los viejos edificios convertidos en museos. Pero sólo los que conocen el lenguaje de las viejas escrituras pue­den leer el secreto de la simbología de sus colores.

Ciudad Prohibida: Historia de una cultura milenaria

La China es un país cargado de memoria: ningún país ha demostrado en la historia un espíritu filológico tan tenaz. Ya dos milenios antes de nuestra era poseían una escritura capaz de representar todos los datos de su historia.

palacio de vera ciudad prohibida

Li Sseu, el ministro del emperador que construyó la Gran Muralla China, había establecido una lista de tres mil cien caracteres, y tres siglos más tarde, los escribas utilizaban diez mil signos diferentes. La escritura llegó a ser más que una religión en la vieja China: se consi­deraba un símbolo del orden univer­sal. Una falta de ortografía o de corrección en un decreto imperial podía revelar la debilidad de un gobierno que había perdido su sere­nidad celeste.

En efecto, una de las primeras cosas que China perdió en los agi­tados tiempos de la revolución fue aquella escritura tradicional que ya se revelaba inservible para regir a un país con nacientes inquietudes sociales. La Ciudad Prohibida de los emperadores también caería rápidamente, igual que una escritura inútil, perdiendo su milenario se­creto.

En el siglo XVII, el sabio inglés Bacon de Verulam se asombraba de que los chinos hubiesen conocido, cientos de años antes que los europeos, los tres inventos que revolucionaron la mentalidad científica de Occidente: la imprenta, la pólvora y la brújula.

Con esos tres descubrimientos se había forjado la cultura dorada del Renacimiento. Sin embargo, los chinos los habían reservado secretamente para el lujo y el placer de sus altos dignatarios. Con la pólvora organizaban sus fiestas de fuegos artificiales y con la imprenta estampaban los fastuosos vestidos de seda de la corte.

En el mes de enero de 1324, postrado ya en el lecho de muerte, el anciano Mareo Polo llamó a un sacerdote para que escuchase su última confesión. Marco Polo había sido un hombre honrado, algo codicioso al decir de sus contem­poráneos, y tenía, sobre todo, fama de ser un incorregible mentiroso. Que contaba prodigios y maravillas de un país lejano llamado Catai (China).

En Venecia sus vecinos le llamaban «Millione” (Millón), porque hablaba siempre de millones: riquezas grandiosas que se ocultan en palacios de oro, papeles escritos que tenían el mismo valor que una moneda de metal, piedras negras que daban calor al calentarse, rebaños interminables de ovejas que pacían en a laderas de altísimas montañas…

Pero todo eso no era, al parecer, más que una parte de la verdad. Maco polo dijo: “sólo he contado la mitad de las cosas que vi, porque no me hubieran creído de haberlo contado todo”. Quizás por eso, el misterioso explorador veneciano no ha dejado, en sus libros, el testimonio de dos prodigios que forzosamente tuvo que conocer durante sus viajes a China. Siendo estos la imprenta y esa enorme muralla china de más de 3000 kilómetros de longitud que atravesaba el corazón del imperio.

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