Ubicado en la ciudad india de Agra, el Taj Mahal pasó a la historia unido al amor del emperador Jahan y su esposa Mumtaz. No conocemos el nombre del arquitecto, de este grandioso monumento. La leyenda cuenta que fue mandado matar, para que no volviera a diseñar algo tan bello. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos la amorosa historia del Taj Mahal.
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Historia del Taj Mahal
«Lágrima de amor» ha llamado el poeta bengalí Rabindranatlh Tagore a ese monumento romántico de fidelidad que el shah (emperador) Jahan levantó en memoria de su mujer Mumtaz Mahal. Los emperadores mogoles fueron grandes constructores. Sus palacios y sus edificaciones han quedado como testimonio de una indiscutible perfección técnica. Muchos de estos monarcas no fueron amados en vida, y quizás por eso desearon ser admirados después de muertos.
La India había permanecido ajena a todas las luchas, intrigas y decepciones de la historia antigua. Había estado gobernada por emperadores rodeados de gran lujo, muy alejados de la realidad de su pueblo, que pasaba hambre y miserias constantemente. La historia del shah Jahan no parece haber sido una excepción en esta nómina de emperadores despreocupados que gobiernan, con cruda altivez, aquel imperio indio formado por monjes, vagabundos y campesinos hambrientos.
Los viajeros de la época contaban que en tiempos de mala cosecha, se encontraban cadáveres tendidos por los caminos. Legiones de vagabundos que se arrastran por las carreteras con los labios ensangrentados, y el vientre hinchado y caído entre las piernas.
Cuando llegaba el monzón (época de lluvias), la misma naturaleza se encarga de barrer y tronchar en la cuneta a esos espectros que ruedan por los caminos. Nadie tiene otro abrigo que el miserable sayo de algodón. Y cuando la necesidad aprieta, los hombres venden a sus hijas como esclavas.
Sin embargo, érase una vez… un joven apuesto que había nacido en un palacio real; era hijo del emperador mogol de la India Jahanghir y de una bella princesa afgana. De su abuelo cuentan las crónicas que era capaz de matar a un tigre a pecho descubierto o de luchar simultáneamente con tres docenas de guerreros. De su padre se cuenta también que bebía cada tarde veinte tazas de un aguardiente tan fuerte que el embajador inglés no podía olerlo sin estornudar.
El joven príncipe, que se llamaba Khurram, se enamoró de la hija del primer ministro del imperio: la bella Arjumand Banu Begram, que tenía un nombre largo y difícil como todas las personas importantes de la corte. Las bodas no pudieron celebrarse inmediatamente, porque Khurram, como príncipe destinado al trono, primero tuvo que contraer un matrimonio diplomático con una princesa persa.
Pero, finalmente, cuando las flores despuntaban en los jardines de Agra, el 22 de marzo de 1612 los dos jóvenes quedaron unidos por la ley de Alá. Como regalo de boda, el emperador Jahanghir le regaló a la novia su nuevo nombre de Mumtaz Mahal, que significa “La Elegida de Palacio”.
En 1627, Khurram subió al trono paterno y cambió también su nombre por el de shah Jahan, que significa Rey del Mundo. Se había convertido en un bravo soldado y en un gobernante clemente (aunque después de la muerte de su esposa perdería esta fama).
Tuvo catorce hijos, pero el último de todos acabó con la vida de la abnegada Miimtaz Mahal. La reina murió tras el parto de fiebres puerperales en el mismo campo de batalla, donde se había trasladado siguiendo a su marido. En todas las mezquitas del imperio se entonaron plegarias por su alma; y hasta los propios hindúes lloraron su pérdida y arrojaron guirnaldas al Ganges.
A partir de esa fecha de 1629, el shah Jahan sólo pensó en inmortalizar a su favorita construyendo un mausoleo que eclipsara “en belleza y en magnitud a los siete cielos del Paraíso”. Contrató para ello a los mejores arquitectos del imperio, y él mismo examinó pacientemente cientos de maquetas y diseños para elegir el modelo más perfecto. El Taj Mahal, lágrima de amor, no encierra más memoria que la del shah Jahan y la de su hermosa esposa Mumtaz.
Quién diseñó el Taj Mahal
Se asegura que después de elaborar el diseño, el emperador Jahan mandó decapitar al arquitecto para que nadie pudiera levantar en el mundo otra construcción igual. Lo cierto es que ocultó tan celosamente el nombre del artista que hasta hoy nadie ha conseguido desvelar este secreto. El misionero portugués Sebastiao Manrique, que visitó el monumento poco después de su construcción, lo atribuye al genio de un arquitecto italiano llamado Gerolamo Veroneo.
Su proyecto agradó al emperador, pero en su arrogancia de bárbaro orgulloso, su Majestad se enfadó con él a causa de los bajos costes que había previsto. Y, se dice que ordenó al Veroneo que gastase treinta millones de rupias… y que le informase tan pronto como hubiera gastado esta suma.
Parece, sin embargo, muy extraño que un emperador musulmán (que ha dejado indudables huellas de fanatismo religioso) como el shah Jahan recurriese a un cristiano para levantar la tumba de su esposa. Otras crónicas hablan que el arquitecto fue un turco vagabundo llamado Ustad Isa. Habría sabido interpretar perfectamente el dolor del monarca porque era también un viudo inconsolable.
Pero lo más probable es que el emperador contratara a una legión de especialistas, siguiendo la costumbre de sus predecesores: un ingeniero turco, un calígrafo persa, un decorador veneciano, un orfebre francés, un pintor de Cachemira… y más de veinte mil obreros reclutados en toda la India.
La estructura del Taj Mahal está concebida dentro de la más rigurosa y estricta simetría. Su cúpula es un símbolo de la absoluta perfección formal de la arquitectura. En el centro del edificio está situado el mausoleo de la emperatriz Mumtaz.
Decorado con mármol, oro y piedras finas en su interior, está concebido de acuerdo con los preceptos del Corán, que no permitía la representación de la figura humana. El elemento central (iwan) esta flanqueado por cuatro minaretes ligeramente inclinados hacia el exterior para evitar el riesgo que podría suponer su caída sobre el monumento.
Construcción del Taj Mahal
Un año después de la muerte de la reina, en 1632 se inició la construcción del Taj Mahal con la apertura de los cimientos en la orilla derecha del río Yamuna. Desde la cercana Torre del Prisionero, el propio emperador contemplaba día y noche el curso de las obras.
Como había prometido a los arquitectos, no escatimaba el oro para que la posteridad admirase la grandeza de su poder y la profundidad de sus sentimientos. A cada lado, respetando una rigurosa simetría, se construyeron dos mezquitas; y en el centro, el grandioso mausoleo de mármol rematado por una cúpula en forma de lágrima.
En los jardines se plantaron las mejores flores de toda la India: blancas, como las cumbres del Himalaya que tanto amaba la princesa; azules, como el velo de seda que llevaba cuando la conoció, y amarillas, como la luna menguante y pálida que contemplaba cada noche cada noche desde su lecho solitario.
Para decorar el interior se seleccionaron los mejores mármoles y jaspes. En cada uno de los arcos se entrelazaron las letras enamoradas que componen el dulce mensaje del Corán. Y hasta las flores más delicadas fueron dibujadas por la mano precisa de los artesanos en arabescos de piedras finas.
El propio monarca celebró el primer funeral en honor de su esposa recitando ante el mausoleo melancólicos poemas. El Taj Mahal (el Palacio de Mahal) era ya el símbolo de una leyenda de amor. Nada podría destruirlo. Los arquitectos habían inclinado los minaretes hacia el exterior para evitar que un terremoto pudiera derrumbarlos contra el mausoleo.
La obra había costado dieciocho millones de rupias de oro: el mármol procedía del Rajastán, el gres fue transportado desde pueblos lejanos, y sólo las maderas del andamiaje habían costado una fortuna. Al contemplar la silueta del monumento, el shah Jahan se sentía feliz. Seguramente ordenaría con toda urgencia, a uno de sus esclavos, que compusiera un poema que comparara la cúpula de mármol con los senos blancos de aquella princesa que amamantó a trece hijos.
La muerte del emperador
El pueblo había soportado muchas cargas durante aquellos años de locura y poesía de su emperador. Las provincias sostenían con duros impuestos el recuerdo de aquella muerte de mármol y oro. Los ministros conspiraban abiertamente, junto al joven principe Aurangzeb, para derribar al shah Jahan. Apoyado sólo por su hija preferida, combatido y destronado por su hijo Aurangzeb, el viejo shah Jahan murío el 22 de enero de 1666, mientras contemplaba el mausoleo desde la Torre del Prisionero.
Aurangzeb ordenó que fuera enterrado en el Taj Mahal, junto a la tumba de aquella mujer que tantos hijos infieles le diera. Pocos años después, el propio Aurangzeb mandó fundir la balaustrada de oro que rodeaba el mausoleo para costear los innumerables gastos de sus campañas guerreras.
El filósofo y escritor británico Aldous Huxley, llevando la contraria a todos los viajeros que han cantado la belleza del Taj Mahal, lo ha llamado “la estructura más horrible del mundo”. Bajo su blanca imagen de algodón oculta, como las nubes, una tormenta: lágrimas de amor de un hombre y lágrimas de dolor de un pueblo.
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