Los templos y monasterios de Ajanta, están situados a 320 km de Mumbai (Bombay) en dirección nordeste. Y, constituyen los mejores ejemplos de arquitectura budista excavada en la roca de todo el sur de Asia. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos el origen e historia de las cuevas de Ajanta, sus características y cómo fue su proceso de construcción.
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Origen e historia de las grutas de Ajanta
En Ajanta se excavaron 30 grutas en las paredes rocosas de una estrecha garganta situada junto al río Waghora en dos fases distintas, una primera entre los siglos II y I a. C., y una segunda entre los siglos V y VI d. C. La mayoría de las cuevas de Ajanta se excavaron en tiempos de la dinastía Vakataka, que reinó en gran parte de la región occidental del Decán durante los siglos V y VI de nuestra era.
Todos los reyes de esta dinastía eran de religión hindú, y quienes excavaron en realidad las grutas fueron los ministros, las esposas y los súbditos, así como los mercaderes de paso y los peregrinos. Una inscripción de la gruta 16 recuerda la donación que hiciera Varahadeva, ministro del rey Harisena (475-500 d. C.), mientras que otra de la gruta 17 testimonia la aportación realizada por otro cargo relevante de ese mismo rey.
Gracias a su ubicación, próxima a las concurridas rutas comerciales que se dirigían hacia el Decán, Ajanta atrajo a un gran número de peregrinos y mercaderes, como un tal Ghanamadada, deseosos de sufragar los gastos de construcción de las grutas con la esperanza de disfrutar de un buen viaje. Ahora bien, no todas las grutas fueron fruto de la generosa donación de un único particular.
Así, la gruta 9, por ejemplo, se construyó con los donativos de cuatro personas diferentes, y en la 10 un tal Vasithiputra sufragó la construcción de una puerta. Esto permite suponer que el aspecto que presentan algunas grutas es el resultado de todo un largo proceso de modificaciones y anexiones sucesivas.
Las grutas de Ajanta están decoradas con una colección de asombrosas pinturas murales con escenas extraídas de la tradición budista. Ofrecen una oportunidad única para estudiar la arquitectura budista primitiva, ya que por aquellas fechas la mayoría de los monumentos se construían en madera y, por tanto, hace siglos que desaparecieron.
Características de las cuevas de Ajanta
En su origen se accedía a las cuevas a través de unas escaleras labradas en la misma roca que llegaban hasta la base de la garganta, unos treinta metros más abajo. Se suelen clasificar en dos tipos, los santuarios stupa por un lado, y los monasterios por otro.
En ambos casos están decorados con ricos frescos murales con las figuras de Buda, los Bodhisattvas y diversas figuras iluminadas. También, con escenas extraídas de los hechos más relevantes de la vida de Buda, los Jatakas o las diversas reencarnaciones de Buda. Los santuarios, cinco en total, poseen una fachada sumamente trabajada con un pórtico de entrada rematado en su parte superior por una ventana con forma de herradura.
Dentro hay una cámara central con un techo abovedado y un ábside rodeado por una especie de presbiterio delimitado por columnas. El stupa, verdadero corazón del santuario, se encuentra justo en el centro de dicho ábside. Los monasterios, a su vez, difieren notablemente entre ellos en lo que respecta a dimensiones. La gruta 6, por poner un ejemplo, cuenta incluso con dos plantas, comunicadas entre sí por medio de escaleras.
Cada monasterio posee una sala de encuentro rodeada por toda una serie de celdas, y los ejemplos más tardíos contienen también una capilla para las imágenes sagradas. Aunque tanto santuarios como monumentos están excavados directamente en la roca, hay ciertos elementos arquitectónicos, como las nervaduras esculpidas, las ménsulas, las vigas o incluso los morlones escalonados, propios de los armazones de madera.
Proceso de construcción de las cuevas de Ajanta
Seis de las grutas no llegaron nunca a completarse, por lo que resultan idóneas para estudiar qué pasos se siguieron durante su construcción. El primero de ellos consistía en seleccionar una zona de la pared de basalto, blando y de grano grueso, sin grietas ni defectos aparentes. Una vez seleccionada, se delimitaba el contorno de la fachada y, acto seguido, se iniciaba la excavación por medio de diversos útiles de hierro.
Lo primero que se excavaba eran los techos, tras lo cual se procedía en sentido descendente de manera que la misma roca hiciese las veces de andamio. Paralelamente, se excavaban largas galerías dejando a los lados unos muros de los que más tarde saldrían las columnas.
En el caso de los monasterios, lo primero que se excavaba eran las salas centrales, a las que seguían las celdas, muchas de las cuales nunca llegarían a excavarse del todo. Una vez completada esta primera fase de excavación, se pasaba a pulir y esculpir las superficies.
En un principio, se pensó que algunas grutas pudieron requerir cerca de cien años de obras. Como por ejemplo la número 11, que supuso la extracción de unos trescientos cincuenta metros cúbicos de roca. Si bien de los recientes estudios de Vidya Dehejia se desprende que en realidad no pasaron de los quince años.
Las superficies rugosas de las cámaras recién excavadas se suavizaban aplicando una gruesa capa de tierra. Se mezclaba con arena o roca en polvo, fibras de origen vegetal, cáscara de arroz y hierbas, sobre a la que a su vez se aplicaba una capa de cal. Por último, se decoraban con profusas pinturas murales.
Para ello, se dibujaban primero los contornos de las figuras en carboncillo y después se pintaba el fondo. Por último, las figuras delanteras de mayor tamaño. Las pinturas se fabricaban con una mezcla de tierra y cola de origen animal.
Para obtener el rojo y el amarillo se utilizaba el ocre, el caolín para el blanco, el hollín para el negro y el lapislázuli para el azul. Ajanta tenía la doble función de residencia monástica y centro de culto. A pesar de encontrarse en un emplazamiento retirado, atrajo el patronazgo de numerosos reyes de la zona. También, funcionarios de la corte y simples gentes del pueblo.
Las pinturas murales, iluminadas tan sólo con la luz de las antorchas, instruían a los jóvenes monjes y a los legos en las tradiciones budistas. Al tiempo, los preparaba para el ciclo de la reencarnación y la muerte de la mano de hermosas pinturas de bosques, ciudades, palacios y ciclos.
De acuerdo con la fe budista, la única manera de salirse de ese ciclo era a través de acciones meritorias. Tal era la esperanza de un tal Charya de Sachiva, cuando afirma a propósito de su donativo para las obras de la gruta 10: «Que el mérito que hay en esto sea para descargo de las miserias de todas las criaturas sensibles».
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