De entre las prendas de vestir, una de las piezas más antiguas que todavía está en uso, es la camisa. En la actualidad, es una vestimenta que utilizan tanto mujeres como hombres, pero no siempre ha sido así. En CurioSfera-Historia.com, te explicamos la historia de la camisa, cuál es su origen y cómo ha sido su evolución con el paso del tiempo.
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Origen de la camisa
La camisa más antigua conservada procede del ajuar funerario de un arquitecto del antiguo Egipto que vivió en la ciudad Tebas hace más de 3.500 años. Entre sus cosas, junto a las camisas de lino, se hallaron además numerosos taparrabos de lienzo blanco (color sagrado de aquel pueblo) y faldas pantalón.
La camisa egipcia era una pieza cortada de forma rectangular, doblada y cosida a los lados. Con una única abertura angosta por la que pasaba la cabeza, y mangas muy ceñidas, unas largas y otras cortas. Como en el resto de las culturas mediterráneas antiguas, la camisa fue una prenda típica que usaron los griegos, que la llamaron kamison. Y, también los romanos, que la llamaron subucula, porque se llevaba pegada a la piel, debajo de la ropa.
Tuvo un simbolismo propio en la tradición celta, cuyos sacerdotes, los druidas, decían: “Toda piel cubierta por camisa no será alcanzada por la enfermedad”. Era signo de protección, de ahí que el término “descamisado” supusiera desamparo moral y social. Su simbolismo antiguo todavía vive en la fraseología, como “dar hasta la camisa”, en el sentido de que quien la da o entrega se da a sí mismo en un gesto de generosidad ilimitada.
Evolución de la camisa
Fue siempre prenda del atuendo femenino y masculino, aunque la constancia documental ofrezca testimonios más antiguos para su uso masculino. En el siglo XII se conoce que las camisas masculinas eran cortas, y las femeninas muy largas, tanto que llegaban hasta los dedos de los pies, siendo más que camisas, camisones.
En el siglo XIII las camisas llevaban una serie de pliegues menudos, con bordados y presillas de oro y plata en el cuello y las bocamangas. Como se deduce de los inventarios antiguos, hubo camisas de altísimo precio por sus adornos de oro y pedrería y perlas que en ocasiones llegan a contarse hasta mil.
Un documento del siglo XV habla de una camisa de seda blanca barreada de seda roja y bordada con letras de oro. Sin embargo, hay que tener en cuenta que hasta el siglo XIV, en los lugares cuyo clima lo permitía, se dormía sin camisa.
A partir de entonces, de entre las prendas que poseía una doncella, la camisa era la más valorada: acaso porque era de la cintura al cuello y mangas donde se permitía algún adorno o rasgo de originalidad. La camisa alcanzó consideración social propia y se llenó de simbolismo.
Fue prenda de vestir muy ritualizada. Una camisa era la ofrenda mayor que podía hacerse a la Virgen María, costumbre que se mantuvo a lo largo de siglos. De hecho, en Notre Dame de París, las camisas ofrendadas a la Virgen se colgaban junto al atril en que se leía el Evangelio.
La camisa fue objeto no solo de ofrenda religiosa, sino también de ofrenda civil. Se sabe que el duque Salomón de Bretaña envió al papa Adriano II, en el siglo IX, treinta camisas “más valiosas que el oro”. De hecho, en la Edad Media no se vestía una camisa nueva sin pasarla antes por la reliquia de un santo, en la creencia de que así quien la vistiera se vería libre de enfermedades y accidentes comunes.
Un objeto tan íntimamente ligado al cuerpo, tan cerca de la piel era natural que se convirtiera en objeto de fetichismo desde los primeros tiempos. También en el mundo caballeresco. Según las reglas de caballería andante, el caballero que estaba en vísperas de ser armado como tal, debía vestir una camisa de lino blanco. No utilizada nunca por nadie, como símbolo de limpieza interior y de honorabilidad.
Para esta ceremonia no servía la camisa de seda. A partir del siglo XII, los caballeros andantes utilizaban como parte importante de su indumentaria una camisa blanca. Se la ponían con cierta ceremonia tras levantarse de la cama, y antes de partir hacia sus hazañas.
También las damas utilizaron esta prenda para corresponder a los requerimientos corteses de un caballero. Cosa que hacían ofreciéndole un retal de su propia camisola o brial que a modo de divisa portaba el caballero enamorado. Es probable que las cintas que lucen los tunos en sus capas tengan un origen similar.
Los acusados de delitos mayores contra la real persona, los parricidas, los herejes y los sacrílegos eran conducidos al patíbulo descalzos y en camisa. Y, a la de los herejes y renegados era negra, impregnada en azufre y adornada con lenguas de fuego y diablos pintados. Aquellas camisas recibían el nombre de “camisas ardientes”.
¿Se acostaba la gente con la camisa puesta? Al principio ésa era su finalidad, aunque las camisas nocturnas eran distintas a las diurnas. En el siglo XV la gente se acostaba con camisa, gorro y nada más. El negocio de los camiseros era boyante.
Con anterioridad, si el clima lo permitía, la gente dormía desnuda, sobre todo el pueblo. Era la costumbre mediterránea, y así se explica que la expresión “acostarse desnudo con desnuda” aparezca en las leyes viejas como prueba de vida marital. De modo, que si alguien era sorprendido desnudo en la cama con otra mujer que la suya, era acusado de adulterio. Vestir, aunque fuera una camisola, libraba de tal prueba inculpatoria.
Cuando Luis XII de Francia, el Padre del Pueblo, se divorció de Juana de Francia a principios del siglo XVI adujo que su casamiento nunca se consumó porque la reina dormía en camisa, tanto que era difícil “allegarse a su natura” (dice eufemísticamente el documento), indicando que la camisa de la reina más que camisa era un camisón.
Las mujeres exageradamente modestas o pudibundas no se presentaban desnudas, ni con el medio cuerpo inferior sin cubrir ni siquiera ante el marido. De hecho, los judíos religiosos todavía practican un orificio en el camisón de la mujer para que por él pueda el hombre allegarse a la esposa y procrear: no es lícito descubrirse.
La camisa española, de la que tanto se prendó Felipe el Hermoso, esposo de doña Juana la Loca, solía estar bordada en oro; era una prenda abierta, con puños, cuello y costuras cubiertas de agujetas de rico metal y pedrería, y se exportaban a toda Europa, e hicieron furor entre los españoles que se habían enriquecido en las recién descubiertas Indias Occidentales.
Escribe el cronista: Tanto era el oro y la plata que corría que no habiendo qué mercar con ella, se pagaba gran precio por una camisa castellana. El texto se refiere a los usos americanos de principios del XVI.
Por entonces empezaron a hacerse camisas de hilo. Las de mujer eran de cendal tan fino que resultaban casi transparentes, así que fue preciso tomar medidas al respecto, tanto de la transparencia como de la moda de los generosos escotes que fue avanzando a lo largo del siglo XVII en España como en Francia, donde decir “camiseta de señora” era sinónimo de atrevimiento y osadía.
La camisa comenzó a ser considerada como prenda higiénica que enjugaba el sudor y evitaba roces en la segunda mitad del XVI. Por eso, como sacrificio, la infanta española Isabel, esposa del archiduque Alberto, hijo del emperador Maximiliano II prometió no mudarse de camisa hasta que el sitio de Ostende rindiese la plaza, es decir: vivió durante tres años con la misma camisa, y cuando tras el triunfo militar se la quitó, ésta había mudado de color: siendo originariamente blanca tomó un color pardo rojizo tostado que dio en ser llamado “color Isabel”.
Historia reciente de la camisa
La camisa como hoy la usamos apareció en el siglo XIX, en que se liberó de bandas y cinturones destinados a mantenerla ceñida al cuerpo (en el caso de los hombres), o a realzar el seno (en el caso de las mujeres). Ni ayer ni hoy fue la camisa pieza de vestir que se bastara a sí misma, sino que requirió siempre el concurso y ayuda de otras prendas que la completaran.
Curiosidades sobre la historia de la camisa
- En época visigótica, con anterioridad pues a la invasión musulmana de España, san Isidoro de Sevilla dice que en su tiempo, siglo VII, se había puesto de moda dormir en camisa, costumbre que desapareció en parte a lo largo de la Edad Media en que lo corriente era dormir en cueros.
- Parece que el origen de la bandera es la camisa del legendario Nemrod, rey de Babilonia, o al menos el primero en hacer uso de ella, ya que enarboló como tal su camisa sobre un palo de lanza para que los demás le siguieran.
- En los Siglos de Oro era negocio brujeril vender camisas mágicas que hacían vulnerable a quien la vistiera; se conseguía cosiéndola durante la semana anterior a Navidad con hilo hilado por muchachas vírgenes, y como motivo se bordaba en la pechera dos cabezas de Belzebú.
- Para alejar o deshacer hechizos se orinaba en la manga de la camisa. Se contrarrestaba la acción aojadora de las brujas vistiéndose la camisa del revés. Esta práctica se ha podido observar en algún casino de la Costa Blanca y en otros de Reno y Las Vegas, donde los jugadores anudan la parte baja de esta prenda para entrar en racha.
- Nadie debe mudarse la camisa en viernes, pocas cosas traen peor consecuencia. En la zona asturiana de Sisterna se curaba antaño la epilepsia quemando la camisa que traía puesta quien sufría el mal, y dando a beber al paciente las cenizas.
- En ciertos lugares de Cataluña se cree que si a un moribundo se le pone la camisa de un gemelo, mejora. También, se tiene por cosa probada que la camisa de los mellizos preserva de heridas de bala a quien la lleva.
- A la mujer a quien no le baja la regla hay que ponerle la camisa de una menstruante. Asimismo se cree que si se sospecha que alguien habla mal de uno, debe doblarse la camisa tres veces sobre el pecho. Con lo que se le doblará al malsín la lengua.
- Preguntar a alguien, antaño: “Fulanito, ¿estás en tu camisa?”, era tanto como dudar de que estuviera en su sano juicio.
Etimología de la palabra camisa
La palabra castellana procede del latín camisia, palabra no utilizada en latín hasta el siglo IV, y en cuya lengua parece ser de origen céltico; los árabes la llamaron kamis, préstamo lingüístico en esa lengua del griego kámason.
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Fuentes y bibliografía
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– RACINET, A. (2016). Historia ilustrada del vestido. Madrid. Editorial LIBSA.
– REIFF, A. (2008). Historia del vestido. Barcelona. Editorial Blume.
– AUTOR: CURIOSFERA-HISTORIA.COM
– FECHA DE PUBLICACIÓN: FEBRERO DE 2020